Está demostrado que la música incide en nuestro estado emocional de manera positiva, actuando sobre la hormona del estrés, el cortisol, reduciéndola. Y si además la música que escuchamos es en una sala llena de gente, con músicos tocando en directo y personas de muchas nacionalidades, la hormona se te cae a los pies. De hecho yo me he quedado sin cortisol, tengo que hacer un pedido. Tuve la suerte de ver en vivo a un trío de músicos, Amar guitarra, formado por una guitarra acústica, una guitarra portuguesa y un percusionista. Todo ocurrió una fría noche de invierno en tierras portuguesas en un clube maravilloso lleno de gente con ganas de pasarlo bien. El repertorio musical era muy variado: Stevie Wonder, Paco de Lucía, jazz, funky y esas canciones maravillosas que nos tocan el alma como Sodade, de Cesárea Evora. El vino acompañaba los platos de queso, jamón y uvas de unos guiris sonrientes fascinados con la habilidad del guitarrista en el punteo de Entre dos aguas. Todos sentados, marcando el ritmo con los pies, algunos con las palmas y otros con los hombros, disfrutando de un momento mágico donde te preguntas cómo puede ser algo tan maravilloso y encajar tan bien: los acordes de dos guitarras, junto con el sonido del tambor, de los platos y de una pandereta: sólo tres músicos, tocando y enamorando a un público entregado.

De repente una joven portuguesa se lanza y empieza a bailar al ritmo de Paco de Lucía: taconea y dibuja con su mano cómo coge la manzana, se la come y la tira. Barbilla alta, gesto serio y una amiga que se une hacen que el escenario cambie por completo: los músicos ya no son protagonistas. Se empieza a escuchar algún olé, las palmas se multiplican y una española que estaba al final de la sala empieza a andar decidida hasta el centro del escenario para batirse en duelo con las portuguesas. El duelo se convierte en unión y el escenario poco a poco se va llenando de luz, de olés y de tacones en la madera. Careos, marcajes, braceos y melenas al son de unas guitarras que no cesan. Seis minutos de canción que se alargaron hasta el infinito. Pero lo mejor llegó cuando a alguien se le ocurrió poner letra a la música que estaba sonando: "So soltera, te va quedá soltera te va quedá soltera te va quedá". Más de 50 personas cantando esta rumba desfasada en el tiempo por su significado y que cobró un sentido positivo en ese salón, lleno sobre todo de mujeres, que se cantaban entre ellas que se iban a quedar solteras, con una sonrisa en los labios y en la mirada.

Fue como una boda muy divertida donde no te has tenido que preocupar por el regalo de los novios ni por buscarte un vestido y un bolso a juego. En un baile sin fin hice amigas de todos los lugares, bailamos al son de guitarras que unieron fronteras y me olvidé por un momento de toda la tristeza de los telediarios.

Ve al teatro, busca salas de conciertos, párate cuando veas a un músico en la calle, cierra los ojos y siente cómo el cortisol te baja hasta los pies.

Más música en directo, por favor.

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