La naveta

Eduardo J. Sugrañes

Muéveme el verte

NO me mueves, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido...".

Así empieza el rezo de las Hermanas de la Cruz cuando llegan las cofradías a realizar la estación de penitencia en su iglesia. Todo está perfectamente representado en las salidas a la calle. Este teatro escénico de las cofradías, aquellas manifestaciones de la contrareforma. Hoy existen otras expresiones callejeras que también buscan mostrar una voz ante los ciudadanos. Alguien olvidó que ese era el principio de todo, mostrar a Dios en la calle . Se le ha ofrecido arte y belleza, pero no se puede olvidar la esencia, oro y plata, no como sentido de opulencia. Las cofradías en la calle son el Dios vivo que se muestra. Es el que hoy aparece contra la injusticia, el desencanto o el desaliento.

Es, o debe ser, lo que escenifican bandas, pasos, penitentes, cruces, luces y un Dios en unas andas de madera o una Virgen en un palio bordado. El Dios que se saca a la calle en el siglo XX debe ser el mismo que entonces, actualizando la realidad que se vive. Más allá del que va envuelto en la lírica de un pregón, en una saeta o una marcha. Es el Dios escarnecido de la plegaria de las Hermanas de la Cruz, el que podemos ver a nuestra derecha e izquierda. Es el del parado, la mujer maltratada, el padre que mira al recién nacido que no sabe cómo va a alimentarlo. Ese es el Dios de la calle, el que tenemos que sacar no solo un día a la semana sino todos los días del año. El del compromiso, el de la fe, el que nos debe mover de verdad.

Mucho tiene la Semana Santa de Huelva en lo externo de ese teatro escénico hermoso y conmovedor. Aunque hace falta trasladarlo a la verdadera realidad de su esencia. El Dios en la calle es una manifestación de fe, no sólo un rezo, sino un testimonio, una opción de vida.

Es una manifestación pública de fe. Claro que sí, una reivindicación en la calle. No es para estar en contra de nadie pero tampoco están hechas las cofradías para que alegremente se den paseos los políticos por sus cortejos. Esto es otra cosa, algo más serio. No es solo vestir la túnica, guardar rectitud, ir en silencio... Todo ello está bien, pero no es para quedarse en lo escénico. Si es así, nada tendría valor alguno.

Que le piden a las cofradías más que a otros, pues claro que sí porque tienen el privilegio de estar en posiciones donde pocos pueden llegar. La cercanía de la calle debe ser bien administrada.

Volvamos a la Plaza Niña y seguimos escuchando: "Muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido...". Reflejados están en tantas personas que sufren, que les duele el día a día, que no saben cómo llegar a abrir nuevas luces. Negar u ocultar que se están dando pasos en las hermandades y en algunos casos muy elogiables sería injusto. Lo mismo que es equivocado que el fin único y principal de la hermandad es su salida y estación de penitencia. Ese es el final de un recorrido.

El único Dios posible, y también el de los cofrades, es el que está en la calle todos los días y nadie lo saca en procesión. La reflexión es lo que hará vivir la cofradía en espíritu de la verdad. Lo demás es escénico, sin fondo ni fundamento. Será cualquier cosa pero no una cofradía. Un espectáculo hermoso. No se puede quitar la esencia ni perder el tiempo dedicado a la hermandad y a la cofradía con el esfuerzo de tantas generaciones.

¡Muéveme el verte!, Señor.

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