La otra orilla

VÍCTOR RODRÍGUEZ

Monobanco

Entre fusiones, adquisiciones y acuerdos, el mapa de la banca en España va camino de convertirse en un oligopolio. En la última década han cerrado casi la mitad de las oficinas, si nos vamos al mundo rural los cierres no limitan la capacidad de elección del consumidor, sino que simplemente la anula, al no haber posibilidad de recibir servicios financieros presencialmente, es que ni siquiera existe cajero automático, lo que obliga a tener que desplazarse a otro pueblo, cada vez más alejado. Parece como si a los bancos ya no le interesaran sus clientes. El coronavirus y sus restricciones ha sido la excusa perfecta para acelerar la expulsión de la gente, limitándose la mayor parte de la actividad al cajero, elemento inseguro, incómodo, sucio, difícil para cualquiera, especialmente para la gente mayor y la que no tiene acceso a internet. Recuerdo la última vez que le saqué dinero a mi madre del cajero que su banco tiene puesto en un sitio oscuro e incómodo, lo que deseaba era terminar la operación e irme rápidamente, cuando al mirar la pantalla me proponía hacer una encuesta de satisfacción, ¿una encuesta de satisfacción? No se me ocurre lugar ni momento más inoportuno. En otra ocasión me encontré la tarjeta de un señor mayor que, aturrullado por la operación y la cola de gente detrás, se dejó la tarjeta dentro. De esas, muchas.

Cada vez que se habla de que con las fusiones se tiende a crear grandes grupos trasnacionales, se está dando un paso más allá en alejarse de la gente y de sus necesidades. La reputación de la banca ya quedó muy tocada por el asunto de las preferentes, cuando descubrimos que ya no se podía confiar en esa persona con la que los clientes llevaban tratando toda la vida. Ahora ya pareciera que nada importa, ni siquiera transmitir cercanía, calidez o interés en tu vida, da igual, aquí se trata de mercados, cuotas y beneficios.

Convivimos con los bancos, hacemos actos de fe dejándoles nuestros ahorros, les confiamos las llaves de nuestra casa pagándosela mes a mes durante décadas, pero no parece suficiente, en el momento en que no hay interés, no hay nada: no hay clientes, pero tampoco trabajadores (¡cuánto valioso capital humano se ha perdido con prejubilaciones a los cincuenta y pocos años!) ni territorio al que conocer y ayudar a prosperar. La digitalización, la eliminación del dinero en efectivo, la deslocalización, la despersonalización de trato tiene consecuencias, algunas las estamos viendo ya, las menos lesivas, las más graves serán a largo plazo. Es importante abrir los ojos y no darle al botón de "aceptar" siempre.

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