Enhebrando

Manuel González Mairena

Mocosos

Con la mascarilla es preferible la autogestión consciente que el indómito estornudo y sus consecuencias

Llevo casi una semana en la que me he vuelto un mocoso y no precisamente porque haya rejuvenecido y retrocedido a edades pretéritas. Más bien porque he sido poseído por una legión de mocos. Así, tal cual. Nada grave. Ni fiebre, ni dolores articulares, estomacales o de otro tipo. Pero mocos. Menudo invento. Aquí me tienen tecleando mientras noto un anillo concéntrico de opresión en un espacio de mi cuerpo que habitualmente pasa desapercibido. Ese punto de escasos milímetros de diámetro entre la parte superior del tabique nasal y el entrecejo. Ahí, justo ahí, se congrega el ejército que me atormenta. No me deja pensar. No me deja comer. No me deja estar tranquilamente en la compañía de unos amigos. Qué decir de las noches. Los mocos tendrán su función, no se la voy a negar, pero quien los inventó ya podría haber inventado otra cosa.

En mi casa vienen en plan okupas, pasando el resfriado del primer ser al último que la habita, sin un orden aparente o necesario. Agua, beba mucha agua, me dice la doctora, y a estas alturas me siento cómplice de la sequía que sufren nuestros pantanos. Y he de confesar que, en mi caso, lo peor no es que los mocos estén. No, qué va. Lo peor es que los tengo que echar: mis fosas nasales están diseñadas para el estruendo. Esto supone un gran problema cuando el día a día es de cara al público, uno no sabe dónde meterse ni qué escorzo narigudo realizar para tratar de disimular lo indisimulable.

El viernes fui a un acto en Aracena, de copiloto porque era imposible que me concentrara en la conducción (conexiones costa-sierra de nuestra provincia aparte), y hacia la mitad de mi intervención sucedió: colapso de ambas vías respiratorias, necesidad de desatascarlas en pleno directo, frente al público y, lo que me faltaba, un micrófono. Para colmo de males, el acto era en una hermosa ermita, reacondicionada para actos culturales, con una maravillosa acústica. Me giré como un sacacorchos, traté con suavidad de sacarlos, pero nada. Mis mocos sólo huyen acompañados de un onomatopéyico concierto de trombones desafinados. Espero que los asistentes lo entendieran como parte de una extraña performance.

Pero teniendo en cuenta el necesario uso de mascarilla, casi prefiero la autogestión consciente que el indómito estornudo y sus consecuencias. ¿A cuántas mascarillas voy por día? Aunque para incontables los pañuelos de papel, haciéndome también partícipe de la deforestación. En fin, mocos, tan comunes, compartidos y protagonistas estos días. Salud.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios