La otra orilla

Javier Rodríguez

Milana bonita

Me parece que le hacemos el juego a los que quieren que nos callemos, que no protestemos, que aguantemos y agachemos la cabeza sumisamente cada vez que decimos que hacer lo contrario a esas cosas sale ahora mucho más caro.

Como si la represión a los movimientos sociales fuera nueva, como si el asesinato de Manuel García Caparrós en 1977 cuando gritaba "¡Andalucía libre!" en una manifestación tuviera menos valor que las persecuciones contemporáneas, como si en los 80 no hubiéramos tenido artistas vetados y censurados por sus creaciones, como si en los 90 no se hubiera encarcelado a cientos de jóvenes que se negaron a incorporarse al ejército, como si a principios de siglo no hubieran intentado callar a la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía ante sus denuncias por la situación de las prisiones con viles denuncias y amenazas de multa y prisión.

Como en tantísimas ocasiones: okupas, antiglobalización, gente buena ayudando a inmigrantes que llegan a nuestras costas, sindicalistas, feministas, ecologistas… que se han enfrentado al statu quo plantándole cara de verdad jugándose el tipo e incluso la vida. Nunca los que han tenido los privilegios lo han puesto fácil: el Señorito Iván de los Santos Inocentes de cada época quiere que todo esté a su servicio y los demás personajes de la novela sólo podemos elegir entre obedecer sumisamente o la ruptura.

La desigualdad entre ricos y pobres se ha acentuado, eso sí, pero los privilegiados no hacen nada distinto a lo que hacían los señores feudales: no consentir que se cuestionen sus privilegios y desde entonces los métodos habrán cambiado pero el objetivo, para ellos, es el mismo.

Todo aquel que crea que luchar contra la injusticia sale gratis se engaña hoy igual que se hubiera engañado hace treinta años, pero eso no quiere decir que no merezca la pena: mereció la pena luchar porque trataran al pueblo andaluz con respeto, mereció la pena que Cuervo Ingenuo o Coplas del Ciego se compusieran, mereció la pena la insumisión, la labor en pro de los Derechos Humanos. Pero nos prefieren con miedo y nosotros les hacemos el juego. También nos prefieren pesimistas, que creamos que las cosas son como son, que no merece la pena arriesgar nada por causas imposibles. Con miedo y desesperanza nos tienen donde nos quieren, a las órdenes del señorito Iván, creyendo que "jugarse el pellejo por la milana bonita no merece la pena".

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