Moción de censura, estabilidad, programa social, y convocatoria de elecciones cuanto antes, era la proposición de Sánchez para llegar a la Moncloa. Pronto se desvaneció cuando se ha propuesto agotar el mandato hasta 2020 y habla de proyectos de futuro para 2030. Antes habrá que pasar por un proceso de elecciones, de lo que no habla y tampoco de Cataluña. Sin embargo los indicadores económicos no auguran la estabilidad ni, por supuesto, la situación en esa comunidad es la más idónea para garantizarla -con Quim Torra llamando "al combate democrático y pacífico"- si a ello se une la amenazadora desaceleración económica, el aumento del paro, la bajada de la llegada de turistas, el problema latente de las pensiones, la anunciada subida de los impuestos y los problemas que plantean al presidente ese cúmulo de alianzas contra natura, que es como una bomba debajo de su asiento al disponer sólo de un exiguo número de votos muy lejos de la mayoría.

De un Gobierno de relumbrón, un ejecutivo fashion para algunos, hemos pasado a un Gobierno que se equivoca y rectifica -el último error las bombas y las corbetas de la pretenciosa ministra de Defensa y sus presunciones progresistas-, lanzando cortinas de humo a costa de la memoria y verdad históricas y otros espectros del pasado, para encarar a duras penas un presente inquietante, resbaladizo, y no añadiré ningún adjetivo más, para que no digan que quienes se limitan a evidenciar la realidad están metiendo miedo al personal. Miedo el que provocan los nacionalistas y sus gerifaltes cuyo ejercicio independentista y de autodeterminación no es sólo un alarmante desafío sino un continuo atentado contra la más elemental convivencia democrática. Todo esto es una imparable maquinaria de desgaste al Gobierno y agudizará exponencialmente su inferioridad numérica en el Congreso de los Diputados.

Por otro lado la retirada de la política de la que fue todopoderosa vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, jefa de artillería del fuego amigo en el PP, ha activado la crítica mediática, en la que no abundan precisamente las opiniones favorables y arrecian los juicios habituales sobre divisiones, escisiones, malherido por las profundas afecciones que han dejado en el partido los embates de los corruptos y en las posturas más extremas, escorado por la derechización. Un inevitable tópico que en el criterio de las izquierdas, arrogadas siempre en su superioridad moral, es una manoseada, fácil y patológica dialéctica para calificar a los populares. Es inadmisible, es intolerable, es un atentado continuo al democrático Estado de Derecho que unos puedan proferir los insultos más indignos impunemente, entre otros el siniestro señor Torra que no duda en machacar a nuestros más altos representantes del poder judicial, y otros se soliviantan como basiliscos cuando se les recuerda que están subvirtiendo el orden constitucional.

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