Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Mesianismo constituyente

La Constitución ha de ser el cauce para que la sociedad pueda encontrar solución a todo problema que se le plantee

La idea revolucionaria de poder constituyente es moderna pero también religiosa, y no es casual que fuera un sacerdote, el abate Sieyès, su principal teórico. El poder constituyente se comprende como una expresión incomparable de grandeza política, aquella fuerza capaz de destruir un orden para luego edificar otro desde la nada. Como creatio ex nihilo, el constituyente puede, desvinculado de toda tradición, dar forma a una teología política, a una nueva ciudad. No tiene límite porque no tiene pasado ni otro poder a la altura de su legitimidad, la legitimidad del pueblo. Esa es la teoría, y desde ella nos explicamos esa suerte de culto, de cuño religioso, que desde cierta izquierda, no desengañada con la revolución, se profesa a la idea de poder constituyente. Que la gente decida, en un solo acto, todo y sobre todo, ha sido así, en los últimos años, un cante de ida vuelta, de compás mesiánico, entre España y Latinoamérica. Una convención constitucional sería, desde esta perspectiva, el momento de quemar las naves, la oportunidad para definir una nueva gramática del poder, estricta y radicalmente transformadora. El momento para sacar determinadas discusiones del ámbito de lo político y neutralizarlas en la arena de la Constitución.

Como acabamos de ver en Chile, esta fe en la catarsis constitucional no deja de plantear problemas. Uno de ellos, sin duda, es el de que se subestime la complejidad y el pluralismo propio de nuestras sociedades, capaces, seguro, de llegar a importantes acuerdos de mínimos, pero no de cerrar en la Constitución discusiones por naturaleza vivas. El fabuloso consenso en derogar el infame corsé pinochetista no es sinónimo, como hemos visto, de una visión común e integral en torno a toda una nueva cultura y estética política. Por otro lado, como ha escrito Eloy García, la idea revolucionaria -y religiosa- de poder constituyente, que es una idea moderna, encaja mal en nuestras realidades, por definición postmodernas, y en las que parece más viable un ejercicio empírico y evolutivo de éste. El poder constituyente no puede ser hoy ajeno a la idea de límite ni de contrato. Y por último, cabría hacer mención a una provocadora idea que siempre repite mi querido Javier Pérez Royo, alguien no menos pragmático que revolucionario. Ni nadie tiene en su vida un problema de reforma constitucional ni tampoco la Constitución soluciona como tal ningún problema. La Constitución ha de ser el cauce para que la sociedad pueda encontrar cotidianamente, desde la equidad, solución a todo problema que se le plantee. Nada más y nada menos.

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