Desde que los romanos bautizaron al mes que nos anuncia la llegada del verano, siempre este ha tenido una connotación especial con los proyectos del desarrollo onubense.

La festividad del Corpus Christi, llena de solemnidad el mes, cuando ya se van apagando en los aires, nunca en el corazón, los ecos de los cantares rocieros hechos auténticas oraciones de devoción a la Blanca Paloma. Sin duda alguna los que vivimos aquellas grandes solemnidades de antaño, en este día de exaltación Eucarística no podemos por menos que sentir nostalgia de cómo Huelva celebraba el Corpus, tanto en lo religioso como en lo profano. Al llegar el día de Corpus, se ponía en marcha todo el mecanismo veraniego que iba a sacar a la ciudad de una lentitud cotidiana y falta de ritmo.

Atrás quedaba la alegría de los bailes por sevillanas que multitud de jóvenes ofrecían en la Plaza de la Monjas; también el eco cansino del tamboril anunciando el sorteo de vaquita que rifaba la Hermandad rociera de Huelva; se difuminaba la belleza de la procesión de las varas en el traslado anual del Simpecado y se iba la imagen de aquellos camiones cargados de gentes, con banda de instrumentos musicales incluidos, que ponían el alborozo de la despedida camino de la marisma almonteña. Todo esto se olvidaba y con el Corpus, el aviso del verano era un toque de atención para todos.

La primera señal de un nuevo despertar de la ciudad lo daba la Banda Municipal, dirigida por Vidrié, Castillo o Sarabia, que nos deleitaba las noches de los jueves en la Plaza de la Merced, o la de los domingos en la Plaza de la Monjas. Eran los conciertos de verano que terminaban cuando llegaba la Feria de la Cinta.

Los baños en la Ría, todo un atractivo para mayores y pequeños en la Punta del Sebo, la Gilda, el Balneario de la Cinta, el Club Náutico, la Glorieta, etc. El turismo de playa todavía era escaso, menos para los ingleses de Riotinto en su Punta Umbría, paraíso natural y salvaje.

La llegada de junio todo era un alborozo de nueva vida, de fragancia sencilla y modesta pero deliciosa, entre el pregonar de los helados chambri, de los jazmines, o de las caballas frescas del alba, que también contaba.

Para los niños de aquella época de los años 40, con nuestros exámenes finales en los Maristas y la celebración de la fiesta del venerable padre Marcelino Champagnat, ya hoy elevado a los altares con el título de santo, llegaban las vacaciones, comenzaba otra vida para nosotros y los cines de verano abrían sus puertas para ofrecernos distracción, fresco de brisa nocturna y títulos de celuloide interesantes.

Todo esto era ayer... Pero la vida sigue y con la llegada de junio, un nuevo verano onubense nos llama.

Bajo otro puntos de vista, con mas progreso y más problemas, preparémonos para recibirle.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios