Bien es verdad que la amplia perspectiva democrática que vive nuestro país desde hace cuarenta años nos ha deparado sobresaltos históricos, momentos estelares de gloria y de inquietud, zozobras múltiples, crispaciones alarmantes, un preocupante desgaste de la calidad democrática y múltiples corrupciones. Pero nada tan desolador, tan penoso, tan ignominioso y a la vez tan ridículo y patético, como las interminables sesiones del Parlamento de Cataluña en las que se aprobaron las leyes de convocatoria del referéndum y de transitoriedad jurídica, provocando más que un choque de trenes una colisión entre la mayoría independentista que gobierna Cataluña y la legítima legalidad española. Una gravísima situación en la cual el resto de los problemas que aquejan al país, empequeñecen ante estas intolerables pretensiones secesionistas. Si irritante resulta la pérfida maniobra política lo es mucho más articulando artera y equívocamente los resortes de un Estado de Derecho, tratando de dinamitar la integridad indisoluble de España.

Este ataque a la democracia, este desafío insoportable, es consecuencia de las debilidades de gobiernos anteriores y también de éste, que trajeron cesiones y concesiones, insufribles raquitismos políticos, desigualdades y afrentas, que unidas a las flaquezas y vacilaciones actuales, equidistancias provocadoras, doble lenguaje, falsedades notables, ambigüedades escandalosas, contradicciones inaguantables, insólitas confusiones recalcitrantes sobre el concepto de nación, incluida la del propio secretario general de los socialistas, y tantas otras fechorías que fomentan ese papanatismo latente con respecto a Cataluña y esa doblez fratricida capaz de fraccionar voluntades y doblegar convicciones. Hasta el punto de resultar decepcionante que, según las encuestas, sólo un 60% de los españoles exija que se impida el referéndum en Cataluña. Sinceramente me parece muy poco.

Las reglas del juego están claras y la ley hay que cumplirla como la cumplen los buenos ciudadanos. La Historia no puede volver a repetirse y sería oportuno recordar, lo que olvidan algunos y puede que ignoren muchos ciudadanos. Cuatro han sido las veces que llegó a proclamarse la independencia por parte de los soberanistas catalanes en contra del Gobierno español. Fue en los años 1641, 1873 - en el curso de la I República - 1931 y 1932, durante la II República, resuelta en este caso de una manera bastante expeditiva. Siempre fracasó. Ocurrirá de nuevo si "menosprecian la fortaleza del Estado". Lo cual me parece un argumento sólido contra, no sólo el intolerable desafío separatista, sino frente a posturas miserables de algunos, la complicidad de muchos y la indiferencia de tantos españoles, que es otra de las causas de que hayamos llegado a tan irritante situación. De cualquier forma resulta inadmisible en pleno siglo XXI este fanático nacionalismo independentista, retrógrado, excluyente, localista y pueblerino. Afortunadamente nuestra Andalucía se muestra libre, tolerante y universal.

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