Afirma el filósofo Alain Denault que "en los políticos actuales está la naturaleza de lo mediocre". El fenómeno, hoy ya global, encuentra destacado ejemplo en esta España nuestra de las medianías, sufridora de una clase política pésima, carente de ideas y de pensamiento crítico, sectaria, cortoplacista y dedicada casi en exclusiva al grosero afán de conservar sinecuras. Paradójicamente, además, eso ocurre cuando en teoría contamos con los líderes mejor preparados de nuestra historia. De entre las razones que pudieran explicar tal incoherencia, destacaré cuatro. Consiste la primera en que la política se ha hiperprofesionalizado: nuestros ahora dirigentes apenas tienen currículo fuera del mundo político, no conocen la sociedad más que desde la rendija de su precoz ambición de poder. De ahí la segunda: se está produciendo una progresiva banalización del discurso político. La comunicación se ha transformado tanto, es tan distinto el universo de internet, que, como señala la politóloga García Hípola, "los políticos tienen que hacer las cosas sencillas", a la medida de un titular o de un tuit. Vivimos en la democracia de las audiencias y los actores políticos matan por atrapar un minuto de protagonismo, dejándonos, al cabo, la duda de si son memos o se lo hacen. La tercera apunta a una desastrosa organización partidaria: los partidos políticos españoles se han convertido en aparatos opacos que protegen y aúpan por motivos que nada tienen que ver con el mérito. En esas condiciones, por último, funciona lo que se denomina la selección adversa: los ciudadanos de mayor capacidad no optan por la política, huyen de una actividad que perciben desprestigiada y no pocas veces corrupta. Triunfa de este modo una especie de política low cost, en la que toman ventaja los llamados populismos.

Éstos, en la medida en que se nutren de la demagogia, persiguen la simpleza y apelan a lo irracional de las emociones, terminan encarnando a la perfección el esquema ideal de la mediocridad imperante. El populismo aparece así como la gran herramienta con la que los mediocres logran ocultar la pobreza de sus argumentos, la podredumbre de sus designios y lo irrealizable de sus programas. Son el producto residual de un arte que agoniza. Sea de izquierdas o de derechas, el populista, necio pero listo, en este tiempo de bobos fabricados, es quien mejor sabrá hacer caja en una sociedad tan meticulosa y tenazmente entontecida.

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