Max Weber ha muerto

Sánchez e Iglesias han corrompido la aplicación de la ética política en función de la convicción

Hay ideas de gran calado que después de conocidas parecen muy obvias, de las que a cualquiera se les puede ocurrir. Sin embargo, el proceso por el cual se gestan puede ser arduo y después de muchas reflexiones. Una de ellas es la formulada por Max Weber, desarrollada en un libro a raíz de una conferencia que pronunció sobre la ética de los políticos. Concluyó que estos en sus tomas de decisión tenían que elegir entre la ética de la convicción y la de la responsabilidad; esto es, entre hacer -incluyendo el decir- lo que realmente se piensa o se cree o no si las repercusiones que pudiera tener lo anterior fueran perjudiciales y generaran otros conflictos éticos. Una tarea difícil, por supuesto, pero necesaria. La clave está en que hay que dilucidar hacia dónde inclinar la balanza y es en ese dilema donde los políticos tienen que poner todo el peso de su honradez para que sus actuaciones sean las más adecuadas y justas. Si le aplicamos esa valiosa idea weberiana a la actual situación española, ¿qué se podría decir? Pues que la misma se está utilizando de forma inmoral, que se ha corrompido, porque se alude o se recurre a ella, unas veces a favor de la convicción y otras de la responsabilidad, no en función de que la elección se fundamente en lo que más beneficie al conjunto de la sociedad sino a que favorezca intereses personales y partidistas. Y en la cúspide de los hacedores de esa descomposición se encuentra el tándem Pedro Sánchez-Pablo Iglesias. Lo mismo uno que otro se justifican en un lado o en otro sin más razón que la de su rentabilidad exclusiva. En el caso del presidente, a la vista están sus continuos y vergonzosos cambios; ahora está encantado de reunirse en tú a tú con Torra, habla de desjudicialización de la política -¿significa eso que quien cometa un delito no ha de someterse a la justicia?- o modifica todo su repertorio verbal para no molestar a los independentistas catalanes. Tampoco se queda corto su recientemente queridísimo vicepresidente segundo que, entre otras cosas, disfrazado de político responsable, ensalza hipócritamente hasta la excelsitud a Dolores Delgado, propuesta para fiscal general, cuando no hace mucho dijo de ella lo que no había en los escritos o critica con mala fe a la justicia española con el solo objetivo de la consecución de un fin político. Se podría afirmar que para estos personajes, ética e ideológicamente, Max Weber ha muerto. Así andamos; es triste y peligroso, pero es lo que tenemos.

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