DE blanco cabello, porte de gran señora, sonrisa permanente en su rostro, cariño desmedido por su hermandad y trasmitiendo la ilusión que a todos de vez en cuando nos hace falta. Es ella, Mariquita, la que nunca falta a un ensayo de su hermandad con su carrito a rebosar de bocadillos y sus estampitas del Señor y de la Virgen para que sus costaleros, los pobres (diría ella), nunca les falte algo que llevarse a la boca y al corazón.

Habita en lo más íntimo de su cofradía, está en todos los lugares de su casa hermandad, vive y se desvive por ella y sólo ella sabe cuánto quiere a sus titulares. Alienta en la desidia, alegra en la tristeza y con su saber estar, trasmite a todos ese cariño que a muchos nos falta por que eso sí, como su hermandad, ninguna. Es la abuela que todos queremos tener, fiel siempre, atenta siempre y mimando a todos, siempre. Yo estoy seguro de que gran parte de los costaleros de su hermandad la tienen como una más de la cuadrilla y en sus ojos, nunca he visto una mirada de preocupación cuando los problemas se presentan, que no son pocas veces, por que ahí está Mariquita para con sus palabras de esperanza y complicidad evitar que caigamos en la zozobra y en el desaliento.

Hay personalidades dentro del mundo de las cofradías que teniendo la mitad de la mitad de los valores de ella, pretenden ser distinguidos con el mayor de los reconocimientos y sin embargo y gracias a Dios, también como contrapunto están este tipo de personas que desde un rincón del almacén y hasta las horas que hagan falta aguardan desde el anonimato la llegada de la parihuela, preparan y acicalan los enseres, y en definitiva y sin aspavientos, se convierten de manera absolutamente involuntaria en el "alma mater" de sus corporaciones. Así es Mariquita, la señora que inspira ternura y tesón sólo con verla actuar, como yo la he visto con sus costaleros. Siempre al final hay un coche o dos o cuarenta que se ofrecen a llevarla a casa y ella sonriente acepta y a la vez, no sé por qué, me da la impresión de que le da más vida a su existir. Valga una cosa por la otra, pero yo creo, que en nuestras hermandades y en general en nuestra Semana Santa debían de existir muchas como ella, que sin quererlo es la primera mujer costalera (ahora que está tan de moda éste debate), que sin estar bajo una trabajadera es así considerada por todos sus hermanos, una más. Yo, desde mi lejanía, sin haber tenido el placer de una conversación profunda con ella, solamente de haberla visto en algún ensayo, quería darle las gracias por lo que es, por lo que representa y por que con su forma de ser me ha hecho pensar en todo lo bueno de nuestras hermandades. Ojalá, con el pasar de los años, yo me vea en el papel de ella y pueda continuar de esta manera con el sentir de esas personas que como Mariquita, quieren y viven por su hermandad y por su Semana Santa. Con la mayor admiración y el más grande de los cariños, le mando un beso.

Buena Estación de Penitencia a todos.

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