¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Mariano se queda

Rajoy ignora la promesa de un retiro patricio en Galicia para seguir cargando con la cruz de un país enloquecido

Es una vieja y honorable costumbre no mentir en voz alta en los templos, incluso entre los pérfidos españoles que habitan en la mente del Quim Torra. Por tanto, y como no dudamos de la bonhomía del presidente Rajoy, le damos la más absoluta veracidad a su anuncio de que será el candidato de su partido en las próximas elecciones generales, más teniendo en cuenta que sus palabras fueron pronunciadas bajo la venerable cúpula del Oratorio de San Felipe Neri, el templo donde se proclamó la Constitución de 1812, durante el acto de clausura de los 150 años del Diario de Cádiz (larga vida). Mariano se queda y eso, nunca mejor dicho, va a misa.

Rajoy desoye los cantos de sirena de su tierra de Pontevedra, la promesa de un retiro patricio en las fragas gallegas, para seguir cargando con la cruz de un país que, en los últimos tiempos, más bien parece un frenopático. Esto se puede deber, al menos, a tres razones. La primera, la que le daría una dimensión más heroica, es que ya da por inevitable la debacle electoral del PP en las próximas elecciones y, como Custer al frente del Séptimo de Caballería, quiere encarar él personalmente el hundimiento, con las botas puestas y el sable en la diestra. La segunda, menos caballeresca, es que no haya comprendido que ha llegado su hora y se empeñe, como tantos políticos, en aferrarse al poder hasta el final, confiando en esa extraña suerte que suele acompañar a las gentes de éxito. Y la tercera, que sea su propio partido el que, aterrado ante un futuro de absoluta descomposición, se aferre al cadáver político del último gran dinosaurio de la época dorada del PP.

Rajoy se queda y, en nuestra humilde opinión, se equivoca. El presidente ha sido un gran parlamentario (uno de los mejores) y el líder que supo sacar a España de la noche oscura de la crisis gracias a sus buenas artes con Merkel y a sus reformas a medio gas que tanto molestaron a liberales (por cortas) y neoizquierdistas (por largas). Por contra, no ha logrado contener la gangrena de la corrupción en su partido y su pachorra en Cataluña ha dado alas a un independentismo que, como se ha visto este fin de semana, no se atiene a razones. El presidente debe comprender que su momento ha llegado y no caer en el síndrome del caballo viejo, celoso y quisquilloso ante las cabriolas e insolencias del joven potro que ronda ahora el trono del centro-derecho. A él también le llegará la nieve del tiempo, pero ahora todo indica que es su momento. ¿Cómo frenar la primavera?

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