Visiones desde el Sur

Manuel Moya

Siempre te quedas porque no hay añoranza ni hostia más grande que la ligazón de la tierra

Escuchar el ronroneo del agua desde el ventanuco por el que entra el día todos los días, ese ventanuco a la izquierda del lugar en que escribes, por el que se cuela también el ajetreo de los gorriatos en el tejado, las campanas de la iglesia, el andar tardo del burro aparejado que baja cabizbajo la cuesta hasta la huerta o sube empinado hasta la cresta, en donde los alcornoques esparcen rumores de viento de otra época, que se quedaron allí, enredados, para que dieras constancia de ellos, para que nos dignificaras con tu palabra mansa pero no menos cierta, saludar al José, al Antoñito y al otro, a los que conoces de toda la vida, ser Manuel y a la vez todas las cosas, estar solo en el mundo que construyes, volando con la imaginación y sin embargo quedo, anclado en Fuenteheridos, sin moverte de la angostura de la sierra y a la vez como izado por sobre el mundo, riostrado a las ideas, ligado a la palabra suelta, luego al verso que acaba en poema, y vuelas con el pensamiento pero te quedas, siempre te quedas, porque no hay añoranza ni hostia más grande que la ligazón de la tierra, la tierra necesaria, mínima si me apuras, esencial, la cantidad justa para que te entierren, con esa basta para andar de sobra la vida que nos sea dada y no perder la constancia para machacar el teclado con los dedos y para pasar las páginas de un libro y otro y otro, y vuelta al soberado, el ventanuco a la izquierda, las manos frías, los pies fríos, palpitante el alma, la sangre, la idea que se escapa o se controla, se recoge en la pantalla o se pierde, para siempre, como la vida, y queda el dolor, el dolor de la ausencia, y llega la soledad, y te acuestas, te acuestas bocarriba, los ojos abiertos, mirando secos maderos de castaño, y la luz ahora está detrás y el ordenador a la izquierda, pero lo que perdiste no regresa, y te vuelves, y miras la pantalla del ordenador, negra, inmensa y negra, y sabes que por mucho que la mires la idea perdida no retornará, no volverá a tus mientes, y hasta puedes llorar, llorar por haber perdido una idea… ¿Quién hace estas cosas? ¿Quiénes saben del esfuerzo que dicha tarea conlleva? No importa. Solo el poeta lo sabe. Y no hay barco de regreso una vez que has cruzado Estigia y visto la cabeza de Cerbero, con tus monedas en los ojos, esas opacas lentes que buscan la vida en el interior y en el interior de sí la encuentran.

Naciste poeta Manuel Moya y esa es tu condena. Parir versos y enhebrar ideas.

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