Manos Unidas

La organización de la Iglesia en España para la ayuda al Tercer Mundo cumplirá en breve sesenta años

El domingo, al final de la misa de ocho, el párroco animaba a los feligreses a tomar las publicaciones que se ofrecen en la mesita de entrada junto a la puerta del templo y que casi nadie lee, esta vez además con el aliciente añadido de apreciar los nuevos proyectos de Manos Unidas, la organización de la Iglesia en España para la ayuda, promoción y desarrollo del Tercer Mundo que dentro de poco tiempo cumplirá sesenta años, y que este fin de semana organiza su campaña anual contra el hambre.

Y viendo el contenido de los documentos que poblaban las mesas (y los que las pueblan a diario, ya sea de ésta o de otras organizaciones, ante nuestra piadosa indiferencia) se puede comprender que el personal no tenga demasiado interés en ilustrarse, pues existe un apreciable riesgo de que se le atragante la suculenta cena bien puesta en la bandeja delante de la televisión para ver el partido de turno. Los datos no pueden ser más tremendos: la mitad de la humanidad padece hambre o está mal alimentada, una quinta parte de la población mundial sobrevive con menos de un dólar al día, y mil doscientos niños mueren cada hora como consecuencia del hambre.

Mientras tanto, en este lado del mundo nos pasamos las horas discutiendo sobre si el negrito de la esquina tiene la condición de refugiado o no, de si el que nos sonríe en el semáforo ofreciendo barata su mercancía tiene derecho a la asistencia sanitaria o no, de si el que llega exhausto en la patera tiene derecho a quedarse o lo mandamos para atrás. La excesiva simplificación de los debates, ese clásico de esta política posmoderna del Twitter y la ocurrencia, tampoco ayuda a crear un escenario global que aborde de verdad el problema de los derechos humanos y ofrezca respuestas consistentes a esta crisis migratoria que parece no tener fin.

Por eso se hace más necesario, si cabe, colaborar con iniciativas solidarias que, aun conscientes de la quimera imposible de un mundo sin pobres, al menos contribuyan a mejorar las condiciones de vida de los más vulnerables. Y si la acción, como en el caso de Manos Unidas, viene de la Iglesia, será una buena ocasión para alinearnos con el mensaje evangélico clave en el pontificado del papa Francisco, y contaremos con algún argumento para responder a aquella pregunta que todavía resuena incómoda en el libro del Génesis, cuando Yahvé le preguntó a Caín: "¿Dónde está tu hermano?".

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