Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Mano dura

Ha pasado tiempo como para considerar que la democracia española ya no es tan joven ni inexperta como creíamos

Cada intervención de Angela Merkel contra los populismos y nacionalismos es observada y compartida aquí con cierto complejo, por no decir envidia, en muy distintos espectros de la opinión pública. Y es que, mientras Merkel se apresura a retirar banderas nacionales en actos partidistas y a advertir de que la libertad de expresión tiene un límite claro en la dignidad de las personas, aquí vemos cómo Patxi López invierte todo el perfil posible para no decir ni mu cuando Pablo Iglesias adopta un injustificable tono guerracivilista sobrado de chulería, o cómo Cayetana Álvarez de Toledo decide prender la mecha en el Congreso de los Diputados como si estuviese en un bingo, o cómo los responsables de Vox manifiestan una incapacidad real de ajustarse a las normas democráticas a base de amenazas y de soflamas racistas, o cómo Quim Torra y sus portavoces expresan el más absoluto desprecio por la salud de la población española sólo por alentar, de nuevo, más racismo y más agravio. Que Patxi López pida disculpas es loable, pero no suficiente. A estas alturas en las que somos cada vez más conscientes de que la batalla está perdida, lo que hace falta, aunque sea para variar, es convicción. No esperar a pedir perdón, sino tener la sensibilidad suficiente para no dejar pasar una. De manera taxativa y radical.

Ha pasado suficiente tiempo para considerar, cuanto menos, que la democracia española ya no es mucho más joven que sus homólogas europeas, cuyas constituciones nacieron también, a menudo, de manera tutelada cuando aún caldeaban regímenes tiránicos. Cunde, sin embargo, todavía, la impresión de que no hay quien se la tome en serio, seguramente porque desde muy pronto se promovió una idea de esta democracia como de barra libre donde cualquiera podía despacharse a su antojo, mientras que a los que señalaban objetivos a los del tiro en la nuca se les permitía tomar posesión de sus cargos con tal de que la sociedad española se acostumbrara a identificar semejante trance con la normalidad democrática. Pasado el tiempo, sin embargo, deberíamos estar en condiciones de apelar a una democracia inflexible contra cualquier idea o acción dirigida a menoscabarla. Una democracia por la que no saliera gratis hacer referencias a golpes de Estado, acusar de pasados criminales ni respetar a los ciudadanos sólo a tenor de donde hayan nacido. Una democracia segura de que el mal uso de la libertad de expresión tiene un coste.

Porque, si no, serán Trump y todos los que son como Trump los que pidan mano dura. Y, otra vez, habremos llegado tarde.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios