Si existe una palabra que pueda refundir todos los valores del cariño y el afecto humano, esa sería la de Madre. Todo nuestro ser viene de ella. Durante meses nos formó en su vientre. Durante años nos cuidó, mantuvo, protegió y durante toda la vida nos amó en un sagrado deber de formar parte de ella misma.

Pero el ser humano es finito, necesita de una prolongación que lo haga eterno y en esa similitud terrenal elevada a lo más alto de su espiritualidad, fe y creencias, el Hacedor nos confió una Madre que desde el principio de nuestra concepción nos ampara, guía y ayuda hasta el final de nuestra vida.

Esa mujer de cielo tiene un nombre, aunque los hombres le demos una variedad infinita de ellos, de acuerdo con nuestra devoción, con nuestras más cercanas tradiciones, con ese propio sentido de amor y de belleza que hemos inventado en un diccionario lleno de entrega y fe en Ella.

En nuestra ciudad, aquí en Huelva, quisimos llamarla Cinta, porque nuestros afanes de cercanía a Ella, pedía una palabra que nos atase a su nombre y a su amor maternal.

Y esos desvelos filiales que le ofrecemos durante todo el año, los sincopamos en un día de gloria y culto especial. Y esa fecha es hoy, ocho de septiembre, cuando el cielo se viste de azul y las olas que nos besan se hacen más blanca. Todo es para Ella, blanca y azul, como la bandera de nuestros sentimientos onubenses.

Y desde siglos le hicimos su casa entre nosotros. La escogimos en el lugar donde Ella misma se apareció un día. Allí, en lo alto de un cabezo, símbolo de nuestra tierra natal, construimos su sagrario de presencia diaria y con dos cintas de río y ría nos atamos para siempre a su devoción y a su protección.

Pero Huelva que la tiene coronada, recordando una fecha todavía cercana pero inmortal, no puede tenerla alejada del corazón de la ciudad y cada año la acerca a nuestras calles entre música de campanilleros y salves tradicionales que nos unen con nuestros antepasados que la amaron como nosotros ahora.

Hoy todos tus hijos Madre mía, cuando ya tu Novena fue el canto de devoción de un pueblo, te devolvemos a tu nido. Y te llevaremos en volandas con un itinerario querido y tradicional, a la vera del Odiel que es una de tus cintas a la que atamos nuestro noray de Amor. Las campanas de la Catedral te dirán ese adiós temporal hasta otro año y las del Santuario cantarán como palomas enamoradas en la alegría de volverte a tener a su lado.

Madre nuestra de la Cinta, aquí tienes un pueblo rendido a tus pies, porque eres nuestra alcaldesa más guapa, porque eres la esperanza de todos, porque eres nuestra Madre.

Y desde este rincón andaluz que te venera, hasta el último y más lejano rincón del mundo donde se encuentre un auténtico choquero, tu Cinta será siempre nuestro lazo de salvación eterna. Septiembre ya tiene un nuevo color. Es más azul en tu nombre y más blanco en tu pureza. Ahora, nuevamente, volveremos a verte en tu Santuario, cada vez que nuestro corazón necesite tu mirada. ¡Bendita seas, Madre Nuestra!

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