Cierto es que en las actividades sociales y las relaciones humanas de cualquier ámbito, es frecuente la generación de actitudes, respecto a los demás, que resulten poco edificantes sean por exceso o por defecto. De ahí que sea deseable el mantenimiento de un determinado equilibrio para evitar que se produzcan errores trascendentes por pusilanimidad como por histrionismo y que tanto en un caso como el otro aparezca el esperpento público. Esto, así globalmente visto, es muy importante en cualquiera de los escenarios del mundo político. Viene a cuento mi comentario al comprobar el pasado fin de semana el tono de "exaltación afrancesada" de un acto conmemorativo del fin de una de las grandes tragedias del siglo XX: el Centenario del Armisticio de la I Guerra Mundial.

El presidente Macron -tan celebrado y admirado en algunos sectores políticos de nuestro país- pasó, con sus discursos y actitudes, de caballeroso anfitrión a líder victorioso de un conflicto en el que aquellos a quienes él representa fueron liberados y, por tanto, en deuda histórica con muchos de los invitados antes que pretender darles lecciones de patriotismo y proponerles una autonomía defensiva de la que, precisamente, Francia adoleció en las dos grandes guerras del pasado siglo. Sus alocuciones estuvieron al límite de la superficialidad, fueron mucho más estéticas que profundas. En resumen, un prototipo de la grandeur tan consustancial a la personalidad gala que siempre ve la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio. Por ejemplo, en el deporte lo vemos y sufrimos los españoles y no creo necesario citar ejemplos.

Por cierto, hace cien años se firmó un Armisticio y el posterior tratado de Versalles imponían las condiciones a la derrotada Alemania que supusieron un caldo de cultivo para que junto con las secuelas de la guerra aparecieran visionarios movilizadores de masas y con afanes vengativos que traerían el segundo gran conflicto universal.

Por fin, ya sabemos que aludir más o menos directamente a Trump vende, y no seré yo quien defienda al americano, pero el otro día éste representaba a miles de jóvenes compatriotas que cayeron por liberar, entre otros, a Francia y la alusión a un ejército propio de la UE es toda una provocación a quienes siempre los defendieron a ellos y no es aceptable la sugerencia a defenderse como de Rusia o China. Naturalmente, es una manera de obviar la exigencia de aportar a la OTAN lo que le deben y ésta necesita. Como, también, es inoportuno hablar de patriotismo envuelto en la Marsellesa -ojalá nosotros tuviéramos ese criterio- y acusar de nacionalismo a quien exige respeto a su himno en los estadios.

En fin. Desacertado macronismo en un acto que debió ser más compartido y solidario.

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