Pónganse en situación. Sobremesa de almuerzo en un día laborable cualquiera de este cálido otoño. Llega el momento soñado: sofá, móvil apagado, semipenumbra y la televisión, con poco volumen, por esa manía de conocer qué pasa en nuestro entorno. Cuando el sueño va ganando la partida, la presentadora, con voz serena y postura relajada, empieza a dar noticias que, a modo de cafeína, roban ese placentero sueño.

Aprovechando la celebración del juicio por el caso Julen, recuerda los golpes que recibió el niño y lo dramática que fue su muerte. Narra de nuevo los asaltos cometidos por el "violador del ascensor" y su confesión de "no poder evitarlo". Para informar sobre la prisión permanente revisable, describe el caso de los padres que asesinaron a sus hijos, uno de ellos degollado (¿imaginan qué novela escribiría con este argumento Lorenzo Silva?). Fuimos debidamente informados del fallecimiento de un hombre como consecuencia de las mordeduras de su rottweiler en la cara y en la cabeza, delante de su mujer y de su hija (¿qué historia montaría Eva García Sáenz de Urturi?). Con el hecho de que una mujer asesine a su marido, introduzca la cabeza en una caja y se la entregue a una amiga para su custodia, ¿qué surrealista argumento se le ocurriría a Dolores Redondo? ¿Qué narraría Juan Gómez Jurado a partir de lo oído en un telediario cualquiera, del chico de 16 años que asesinó a su hijo recién nacido y lo arrojó al río?

Esta vez, afirmar que la realidad supera a la ficción no se queda en una simple muletilla, utilizada sin mucha reflexión. En los casos citados, todos reales, se ve claramente cómo prevalece, como la vida real puede superar a las más macabras historias descritas en las novelas policíacas y además premiadas. Pero… ¿hasta dónde llega una y hasta dónde la otra? ¿No son límites demasiados ambiguos? ¿No cabe pensar que la ficción sea capaz de estructurarse a través de la realidad?

Por otra parte, surge lo más preocupante. La literatura, en general, nos mueve, consigue implicarnos en otras vidas, ayuda a conocer a otras personas e incluso a indagar en nosotros mismos… De ahí que ¿cabría pensar que esas novelas negras tan populares, publicadas por conocidos autores, puedan llegar a inspirar a los potencialmente ejecutores de cualquier fechoría? Si aparecen semana sí, semana no, nuevas manadas emulando a la Manada inicial de Pamplona ¿de verdad es ético divulgar estas informaciones recreándose y regocijándose en los macabros detalles?

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