Casi todo cuanto acontece en las veinticuatro horas que dura un día es literatura, o puede ser literatura. Hacer literatura de la vida es lícito, honesto y hasta honrado. En cambio, hacer vida de la literatura es ruin y mezquino, diría que impropio de la vida. Pero algunos se empeñan en hacer vida de la literatura. Recuerdo a un profesor universitario del norte de España que hace esto último, y lo hace con máscaras. Ocurre que llega un momento que las máscaras no se pueden quitar, y realmente dejas de saber quién eres. Te conviertes en un fantoche indisciplinado que acaba a la merced de los titiriteros que aplauden sus falsedades. En España se sigue leyendo poco, muy poco. Somos el tercer país de la UE con menos gasto en libros y prensa, nos han superado Grecia y Bulgaria y estamos a la altura de Malta y la República Checa. Y es que nos empeñamos en hacer vida de la literatura. Un periodista de Abc escribía este pasado fin de semana que la Feria del Libro de Sevilla iba a batir récord de ventas, y tan sólo habían pasado dos días desde su inauguración. Hacer vida de la literatura nos hace confundir la realidad con el deseo, o mejor, nos hace presentar falsedades.

Hace años -estaba nominado al Nobel de Literatura-, dije a Nicanor Parra: "Don Nica a ver si este año tiene suerte y se lo lleva". Y Parra respondió: "Debe usted volver a leer el capítulo VI del Quijote y escuchar a Gardel, bailarse unos tangos de Gardel". Aquí está la diferencia, Parra nos acercaba la literatura a la vida. El expresidente de la Junta de Extremadura, José Antonio Monago, dijo esta semana en el diario Hoy: "Los ganaderos necesitan menos literatura y más ayudas". Escribe Miguel Ángel Lama con mucho acierto: "¿Qué se le habrá pasado por el magín al expresidente de la Junta de Extremadura para contraponer tan negativamente una palabra tan cargada de belleza a la necesidad imperiosa de los ganaderos extremeños?". Y es que no sólo estamos perdiendo el sentido común, también el sentido de la proporción.

Este año no se otorgará el Nobel de Literatura. Las revelaciones sobre los abusos sexuales cometidos por el dramaturgo y fotógrafo francés Jean-Claude Arnault, y las acusaciones de que al menos en hasta tres ocasiones habría revelado antes de tiempo el nombre del premio Nobel de Literatura, están detrás de la decisión de la Academia Sueca de no concederlo este año. Vuelvan a leer el capítulo VI del Quijote, y bailen unos tangos de Gardel, eso es literatura.

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