Como siempre que llega la Navidad, y la última celebración no fue una excepción, surge, incluso a través de los propios villancicos, el recuerdo de Charles Dickens (1812-1870). Porque además de ser uno de los escritores más adaptados al cine, y ya conocen quienes suelen leerme -favor que les agradezco de todo corazón-, mi fijación por la dicotomía literatura-cine, fue una de esas conmovedoras emociones que uno recuerda de sus precoces lecturas infantiles. Jamás dejé a mi querido Dickens, autor que guardo entre mis devociones literarias y que ha tenido, curiosa y admirablemente, numerosas adaptaciones al cine de sus inefables novelas, entre las que su cuento navideño tiene un récord realmente notable, sin precedentes entre los muchos títulos que pasaron de las librerías a las pantallas cinematográficas. Otro de sus libros más adaptados es Oliver Twist.

Si esa dicotomía literatura-cine siempre ha sido proverbial, sigue viva desde los primeros tiempos de la invención cinematográfica, con lo cual el llamado Séptimo Arte le debe mucho a la literatura, lo mismo que el cine ha divulgado y fomentado la lectura de obras de mayor o menor entidad trasladadas a la pantalla -ahí están los casos en aspectos más atrabiliarios como Millennium (2009) o Crepúsculo (2007), por citar dos títulos relativamente cercanos-, que han constituido acontecimientos de gran repercusión popular, llevando a las salas a gentes que ya no las frecuentan a menudo por el influjo de esa curiosidad del lector por saber de la adaptación del libro que tanto le ha apasionado y viceversa, que, viendo la película, quieren saber del origen literario de la misma.

Volvía a todo esto cuando veía la serie televisiva La chica del tambor (2018), basada en una de las famosas novelas de John Le Carré, que leí en 1983 y que un año más tarde llevó a la pantalla George Roy Hill. Comprobamos así como 36 años después el tema sigue interesando y, desgraciadamente, su relato a modo de thriller, continúa desgraciadamente vigente: enfrentamiento judeo-palestino. Estas adaptaciones son muy frecuentes tanto en el cine como en la televisión. Advertirán que muchas de las películas que exhiben nuestras salas, en una época brillante por los títulos y las expectativas que algunos presentan, la evidencia de esa dependencia es notable.

Recordemos obras de teatro y novelas de millonarios lectores, auténticos best sellers, sin remontarnos a otros tiempos que nos darían una lista impresionante. Ejemplos más recientes: La pieza teatral Agosto (2013), de John Wells, basada en la obra August: Osage County (2007), ganadora del Premio Pulitzer. El primero de los best seller -21 millones de ejemplares vendidos- es El médico (2013), de Philipp Stölzl, basada en la novela del escritor estadounidense Noah Gordon, que publicada en 1986, no se había adaptado hasta entonces. El segundo es La ladrona de libros (2013), de Brian Percival, adaptación de otra novela millonaria en ventas del autor de literatura infantil australiano, Markus Zusak, publicada en 2005.

Otra de las películas que encabezan la lista de títulos más taquilleros, El Hobitt 2: La desolación de Smaug (2013), de Peter Jackson, basada en otro best-seller, en este caso de John Ronald Reuel Tolkien, el autor de El Señor de los anillos, publicado en 1932. Y si el ámbito de la ficción novelística ha sido extraordinariamente fructífero en el cine, también lo han sido las memorias autobiográficas, un género literario tan ilustre como otro cualquiera aunque Quentin Tarantino afirmara que el biopic no le gusta porque "son grandes excusas para actores que quieren ganar un Oscar". Es otra de sus radicales opiniones, que contrasta con los grandes éxitos cinematográficos que esta especialidad ha conseguido.

Diversas autobiografías han dado lugar a títulos con éxito. Son los casos de El lobo de Wall Street (2013), de Martin Scorsese, basada en las memorias de ese gran estafador financiero que fue Jordan Belfort. Mandela: Del mito al hombre (2913), de Justin Chadwick basada en la autobiografía del gran político sudafricano. A propósito de Llewyn Davis (2013), de los hermanos Joel y Ethan Coen. Un guión propio que ha adaptado el álbum recopilatorio del músico y activista Dave van Ronk, The Mayor of MacDougal Street (2004).

Pero hay más: El único superviviente (2013), de Peter Berg, adaptación de las memorias de Marcus Luttrell, Lone Survivor (2007), un exinfante de marina de los Navy SEAL, fuerza de élite de operaciones especiales de la Armada de los Estados Unidos, que narra sus experiencias en Afganistán en 2005. 12 años de esclavitud (2013), de Steve McQueen, basada en la autobiografía de Solomon Northup sobre sus duras vicisitudes sufridas como esclavo, siendo un hombre libre. Una de las últimas polémicas adaptaciones sobre la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), ha sido Blade Runner 2049 (2017), dirigida por Denis Villeneuve, nueva versión de la que realizó en 1982 Ridley Scott, productor en esta ocasión. Y luego está el género distópico en la literatura y el cine. Pero esa es otra historia.

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