Siempre que surge la palabra libertad viene a mi memoria aquel aria impagable de Händel: "Lascia ch'io pianga/ mia cruda sorte,/ e che sospiri/ la libertá". (Deja que llore/ mi cruel suerte/ y que suspire/ por la libertad). Es sorprendente que ese valor impagable por el que tantos lucharon, por el que tantos sacrificaron sus vidas, por el que tantos aspiran aún, se invoque o se enarbole con ligereza y a veces con irresponsable frivolidad. Sobre todo cuando si ahondas en ello, aunque muchos pretendan ignorarlo, les produce temor o terror absoluto. Sobre todo para una sociedad acomodaticia, conformista, dominante, políticamente correcta incluso, a la que la libertad y la crítica objetiva, puede desestabilizar una situación convencional, inmovilista, complaciente y en ocasiones venal. Y estas situaciones muchas veces vienen influidas por actitudes espurias, corruptas, interesadas, aleatorias y frecuentemente atemorizadas por ese recelo, ese pánico ante la libertad auténtica sin eufemismos.

Vivimos un momento en que la libertad se pervierte a menudo en el uso y abuso del concepto de la "libertad de expresión", lo que en su desquiciamiento o falsa interpretación llega a las aberraciones de las fake news, las falsas noticias, la desinformación, que, pérfidamente instrumentadas, pueden convertirse en sectario, torticero, ofensivo o destructivo instrumento de engaño o perversión y constituyen un auténtico atentado contra la democracia. El populismo exacerbado, desaforado, que se desborda en tantas manifestaciones diarias, ha pulverizado el noble concepto de la "libertad de expresión", vehículo propicio para ilegitimar o dinamitar una Transición que tanto costó conseguir y la convivencia democrática consiguiente. Los que usan esa libertad para insultar, difamar, injuriar, engañar, mentir como bellacos, como hemos visto una vez más en ese comunicado de los terroristas vascos que, tras sus horrendos crímenes, anuncian su ambigua disolución. Con ese odioso lenguaje suyo parecen perdonarnos la vida. Los que con ellos juegan a dos barajas. O los que articulan con tan manoseada libertad, arteramente, una memoria que manipula y tergiversa los testimonios históricos al servicio de su ideología.

En este confuso desiderátum de protestas donde bullen la deslegitimación democrática y judicial, abundan la ignorancia, la intoxicación y los juicios mediáticos y paralelos, sobraban la declaración del ministro de Justicia, tan dado a la fácil verborrea, en un ataque directo a la independencia judicial y la separación de poderes. ¡Qué rápido buscaron muchos el apoyo del Partido Socialista y su portavoz, Margarita Robles! No es para menos cuando los socialistas se cargaron a Montesquieu hace más de 30 años, dejando lastrada la separación de poderes que nadie ha sido capaz de corregir. Ni un ministro ni la calle deben juzgar la Justicia. El populismo extremado puede ahogarla y con ella a la misma democracia y al Estado de Derecho.

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