Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Letanía colectiva

El panorama del rosario como fondo a la noche del viernes en Huelva requiere una vuelta para que no vuelva a ocurrir

Cada uno tiene sus dioses. Les cuento uno de los míos. Mi aita, de arraigada costumbre en otros tiempos cuando ejercía empleos por la tarde para completar el dinero que llegaba a casa, solía parar en el bar Euskalduna para echarse un cortado al cuerpo. En una de las primera ocasiones que le acompañé, le vi hablando con Piru Gainza. Hasta hoy, ese recuerdo acompaña en mi cabeza al mejor extremo izquierdo del mundo con una especie de aura que lo rodea por completo. Otro, ya que estamos; desde que la tele por cable me acompaña, tengo a mi disposición buena parte de la historia de la Fórmula Uno, el mejor deporte del mundo, aunque lo sepamos muy pocos. Tengo grabado el Gran Premio de Portugal de 1985. Fue la primera victoria de Senna. Bajo un diluvio que hoy hubiera suspendido la carrera, el de Sao Paulo bailaba con su coche en cada curva. Vi la carrera de joven, probablemente comentada por Valentín Requena y todavía hoy me sorprendo al encontrar nuevas trazadas, o la reacción del carioca controlando un coche que no era el mejor entonces. Magia.

Se trata de pasiones privadas, que se quedan en lo más íntimo, en esos momentos en los que estás tú y tus mitos a solas. Por eso lo del viernes es para darle una vuelta. En medio de las previas de la Magna Rociera, el Ayuntamiento decidió instalar altavoces en las calles del centro para seguir el rosario. Me asomé al balcón porque una hora después del inicio, seguía escuchando las letanías y pensé que continuaban en mitad de sus rezos. Encontré una calle llena de gente que sacaba dinero del cajero, entraba en las tiendas abiertas, charlaba con sus amigos o trataba de tomar una cerveza aprovechando lo benigno de la noche, con los dios te salve María de música de fondo. El panorama era tétrico. Estoy seguro de que esa no era la intención, pero eso fue lo que se consiguió. Cuento como uno de los católicos de este país a pesar de que me he acercado a la iglesia en bodas, bautizos y entierros, en los que ésta sólo sirve de escenario, pero a pesar de lo inflado de los números, el respeto que se debe exigir a quienes no queremos formar parte de todo esto debe ser tan escrupuloso como el que reclaman aquellos que se arropan en unas creencias compartidas por, posiblemente, la inmensa mayoría. Los credos son de cada uno y todos ellos más que respetables y defendibles, pero la calle es de todos, el derecho al silencio que no puede ser interrumpido por nadie por mucha santidades que crea que le acompañen.

Artículo dedicado al campanero de la Concepción que consideró oportuno reventarme la cabeza con dos horas de tañido.

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