Caleidoscopio
Vicente Quiroga
Más reinas
Los afanes
Cuando era joven aprovechaba los ratos libres para leer un pasaje de El Quijote. Disfrutaba con ello a pesar de que muchos compañeros de instituto no entendían esa libre elección. Les comentaba que había tiempo para todo, para jugar, divertirse, escuchar música, salir a bailar y hasta para leer. Este hecho nunca me preocupó, todo lo contrario, más de una vez presté libros de Julio Verne, de Salgari, y hasta de Mark Twain.
Con el paso de los años y gracias a la lectura descubrí muchas cosas, muchas. Unas gustaban y otras menos. Pero si hay una que recuerdo permanentemente es no opinar de lo que no sabemos. Mejor es estar callado y en silencio, y escuchar al prójimo. En los últimos tiempos compruebo como las redes sociales y hasta los medios de comunicación han creado expertos en todo. Expertos en todo y sabios en nada. Todo el mundo tiene derecho a opinar libremente. Pero una opinión nunca es una afirmación categórica, ni siquiera un descubrimiento.
Del lenguaje aprendí que es bello y, por tanto, debe ser bello en su expresión porque lo es en su naturaleza. No existe nada más bello en sí que la propia manifestación del lenguaje. Escuchado, leído, hecho nuestro, en definitiva.
La feminización del lenguaje es lícita en la medida que el lenguaje siga siendo bello. Y portavozas, al igual que miembras, sean o no términos correctos, ahora o en un futuro, nunca serán bellos. Y si no son bellos no forman parte del lenguaje, no son lenguaje y nunca los podremos hacer nuestros. Las incorrecciones lingüísticas son y serán incorrecciones ante la ausencia de belleza en su esencia, en su sustancia. No es preciso hablar, y podemos estar de acuerdo, en el lenguaje como herramienta machista, algo que promueve Yadira Calvo en sus libros De mujeres, palabras y alfileres o en La aritmética del patriarcado. Tan solo pretendemos centrarnos en la belleza. No contemplemos el lenguaje como opresión, ni como generalidad, y mucho menos como pragmático, ególatra, pasional o revolucionario.
Cuando era joven disfrutaba con la lectura de El Quijote, a él vuelvo a menudo. Nunca pienso en el machismo del lenguaje, tan solo contemplo su belleza, su grandeza. Y recuerden que con la lectura seremos capaces de opinar más y con más propiedad, usamos más el cerebro. Olvidémonos un rato de las pantallas y las redes sociales. Leamos y hablemos, utilicemos el lenguaje. Si el lenguaje es libre lo es gracias a su belleza.
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