Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

¡A mí esta Legión!

La Legión ha envejecido mejor que un servidor desde hace más de veinte años que escribí sobre lo que hacían

Era el primer viaje que hacía entre las islas Canarias. Rondaba el año de los fastos. Aquel inolvidable 92, mientras el país vivía entre la Olimpiada de Barcelona y la Expo de Sevilla, éste mismo consideró que el que suscribe era mejor que lo pasara lo más lejos posible, y pensó que Lanzarote era el lugar adecuado. Como era periodista, terminé en vestuarios. Cosas que pasaban entonces. Nada más entrar supe la razón; el sargento primero que tenía como jefe abrió tres armarios más altos que yo con papeles que debían haberse leído y órdenes que tenían que haberse aplicado desde hacía dos años y que me estaban esperando: "Como eres periodista..." y se quedó tan ancho el tío.

Como responsable de la ropa de un porrón de gente, tuve que ir desde Arrecife a Las Palmas una vez por reemplazo, y con un par de camiones, para que semejante tropa estuviera lo más presentable posible en la Brigada de Infantería Motorizable, que esto último nunca lo entendí del todo. Poco antes de salir, el mismo mando nos dijo al madrileño que llevaba el polvorín y a mí si queríamos llevar pistola. "Vamos, no me joda, sargento", fue la respuesta a coro. Ya talluditos los dos, ya licenciados en nuestras respectivas carreras, ninguno queríamos vivir problema alguno en los ocho meses que nos quedaban de servicio. El ferri demoraba toda la noche en el viaje, para entrar en Las Palmas a primera hora del día, lo que nos vino bien para recuperar sueño atrasado. Antes, hacía una escala en Fuerteventura, donde aprovechamos para echarnos algo al cuerpo. Cuando vi a los primeros legionarios, me arrepentí de no haber echado mano a la pistola que me ofreció el sargento del que no nos separamos ni un metro.

Un montón de años después, volví a la Legión, en esta ocasión para informar de sus andanzas. Antes de entrar me vinieron todas esas imágenes de Puerto del Rosario y poco después de pasar esa puerta, se me quitaron del todo. Me encontré a gente profesional, que estaba donde quería, que hablaba varios idiomas y no habían cumplido los cuarenta y que, sobre todo, le gustaba lo que hacía. Cada cual tiene su pedrada correspondiente y, para qué nos vamos a engañar, también hay periodistas chusqueros, pero ese concepto estaba a años luz de lo que ahora era el ejército. En la noche del sábado volví a saber de ellos; desde un balcón recordé pasos, credos y canciones que nunca olvidaré después de más de una década dedicado a escribir de ellos. Lo único que no les perdono es que me hayan echado veinte años encima los muy cabrones.

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