El 24 de agosto de 2006 un par de frases inspiraban esta columna. Se habían pronunciado en los cursos de verano de la entonces Universidad Internacional de Andalucía en su sede de La Rábida, según la denominación de entonces. Con una me mostraba en desacuerdo y la otra me parecía perfectamente acertada. La primera se debía al catedrático de Didáctica de la Lengua y Literatura de la Universidad de Castilla-La Mancha, Pedro César Carrillo, quien afirmó que "Hay que fomentar la lectura pero no imponerla". Desde luego debemos potenciar la lectura de la forma que sea, ya que en este país se lee muy poco y los estudiantes de cualquier nivel también son renuentes a frecuentarla. Motivo por lo que es necesario imponerla y creo que no implica contradicción en ello, como aseguraba este profesor.

De la falta de disciplina -palabra que parece seguir asustando a los educadores de hoy- en la lectura se derivan muchos de los males de la falta de cultura, de formación y de los fundamentos educacionales que tanto nos duelen. Si no propiciáramos la lectura de forma obligada ¿cómo habríamos aprendido a leer? Y en los ejercicios literarios que se imponen hoy en los diversos estudios ¿a qué vendrían los comentarios de texto, que implícitamente significan una obligación de leer? Me parece un contrasentido del que nos lamentamos a diario. Más de acuerdo estaba con la segunda aseveración pronunciada por el catedrático de la Facultad de Ciencias de la Educación de Murcia Amando López Valero, en los mismos cursos y concretamente en el dedicado a El valor didáctico de la lectura, según la cual "Las deficiencias lingüísticas de la falta de hábito de lectura suponen un problema social, que precisa de una intervención didáctica para su corrección". Al mismo tiempo aseguraba que "en el mundo occidental no se lee" y no como consecuencia del uso y abuso de los ordenadores, la televisión y los videojuegos, sino como ausencia de la animación a la lectura, "que no ha de ser algo aislado, sino que debe implicar una enseñanza de la lengua como conformadora de personas, puesto que incluye las funciones de comunicar, representar e interactuar, básicas para el desarrollo personal".

Curiosamente diez años después en la misma sede el pasado martes, día 10, Andrés Nadal Mínguez, ponente del curso Escritura de novela, se lamentaba en su exposición "del bajo índice de lectura que presenta este país, lo que de alguna manera contrasta con el interés de muchas personas por escribir". Es decir, que crece el número de publicaciones mientras se estanca la paupérrima cifra de lectores. Atribuía este déficit al efecto negativo de la televisión, que no promueve la cultura ni promociona nuestra lengua y cómo ciertos personajes de sus programas basura firman más ejemplares en las ferias del libro que los más prestigiosos escritores. Así nos va.

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