Lecciones americanas

Lo que queda en la penumbra es la corrupción profunda del sistema y, sobre todo, de los medios

Los que públicamente o en nuestro fuero interno hemos sido favorables a la reelección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, tenemos un gran consuelo. Hace seis meses nadie daba un maravedí por su victoria, todos los sondeos le eran abrumadoramente desfavorables. El lamentable final de la Presidencia sólo es comprensible teniendo en cuenta la titánica lucha de Trump contra todo y contra todos, algo sin parangón en la historia democrática occidental desde la II Guerra Mundial. El desgaste mental y psicológico que para cualquiera que no fuera un Trump hubieran tenido esos meses, puede explicar también sus errores finales -¿quién no los hubiera tenido en esas circunstancias?- cuando, firmemente convencido de haber ganado las elecciones y de haber sido sometido a un robo sin precedentes, decidió luchar hasta el fin por su derecho y por la integridad del sistema.

El esperpéntico episodio de la entrada tumultuaria en el Capitolio por parte de unos cuantos cientos de manifestantes entre el más de medio millón, tirando por lo bajo, que se concentró en Washington ese día, ha marcado quizá para siempre, con la fuerza de las imágenes que se repiten las veces que haga falta en las televisiones hasta que parezca que uno ha estado allí, el largo y sinuoso proceso desarrollado desde la noche electoral del 3 de noviembre. Todo lo demás ha quedado en penumbra. Lo que queda en la penumbra para el observador europeo a miles de kilómetros, no tanto para el pueblo norteamericano, es la corrupción profunda del sistema, de los partidos, de las elecciones, de los tribunales y, sobre todo, de los medios de comunicación, convertidos sin pudor alguno en parte de la maquinaria partidista sin el menor respeto por la verdad. La brecha creada es inimaginable aquí, donde se compra sin más el relato construido por los medios dominantes, pero no allí, donde la gente se informa a través de múltiples canales todavía libres. Que las grandes tecnológicas hayan tenido que correr en ayuda de la maquinaria oficial, censurando sin escrúpulos a la disidencia e intentando destruir a los medios alternativos mediante procedimientos puramente mafiosos, es indicativo de que todas las caretas ya han sido arrojadas. Incluso quienes hasta ahora nos resistíamos a incorporar conceptos como los de Nuevo Orden Mundial o Great Reset, hemos podido percatarnos en estas jornadas inolvidables de lo que nos prepara la oligarquía que ha decidido hacernos un mundo a su medida.

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