Lamentocracia

Ya hay auténticos magos del lamento, verdaderos genios que consiguen vivir de los impuestos de todos

Una entrevista con un afamado empresario hostelero de nuestra ciudad, publicada en este periódico, me ha dado pie y mano para este artículo. Toda la entrevista es jugosa porque es una lección de vida, sobre todo para la gente que viene detrás, los jóvenes. Para ser buena la entrevista está hasta bien titulada. La frase que la encabeza lo dice todo: "Los de mi generación no lloramos, nos levantamos". Así es, yo soy de esa generación y lo corroboro. No nos enseñaron a llorar, nos dijeron que ante las dificultades había que apretar los dientes, hasta que te doliera la mandíbula, y a tirar para adelante. Mi padre fue empresario en diversas actividades, en unas ganó más y en otras menos. Siempre recordaré que una de las cosas que más le molestaba era ver empresarios llorones. Cuando veía manifestaciones de empresarios de cualquier sector pidiendo subvenciones, el cabreo le subía a la garganta. La frase que repetía era muy sencilla: "El negocio es tuyo. Las ganancias son todas para ti y las pérdidas también". En España descubrimos hace tiempo aquello de que las ganancias son para mí y las pérdidas las repartimos. Y es que algunos empresarios no son más que parte del innumerable ejército de lamentadores que cubren la piel de España. Hoy si no eres un profesional de la lamentación estás perdido. Seas empresario, trabajador, artista, político, hombre o mujer. Y es que, queridos míos, la lamentación da dinero, pelas, euros contantes y sonantes. Formas una asociación de afectados por no sé qué, de víctimas de no sé cuántos o de marginados por lo que sea y allá que te plantas en ministerios y consejerías y entras en nómina. Subvenciones van y subvenciones vienen.

Vivimos en un auténtico estado de lamentocracia. Llorar y no levantarse, quejarse y no apretar las mandíbulas, lamentarse y no echarle mucho de eso a la vida, es la tónica instalada hoy en nuestra sociedad. Ya hay auténticos magos del lamento, verdaderos genios que consiguen vivir de los impuestos de todos mirándose el ombligo hasta coger una tortícolis. Hay colectivos que en sí mismos no son criticables en su nacimiento, pero en ellos se han incrustado profesionales del lamento, del llanto y de la queja y que por todos los medios procuran que la cosa no decaiga. Buscan víctimas hasta debajo de las piedras porque en ello les va el seguir pegados a la mamandurria. Así nos va. Una sociedad débil, llorona, en permanente estado de sobresalto, de miedo, insegura, es una sociedad que ha regresado en el tiempo hacia un mundo infantil, de demanda permanente y de ausencia de eso para afrontar la vida.

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