la celosía de humo

Manuel Gómez Beltrán

Lamento por la desmesura

DESDE el pulvis eris et in pulverem reverteris del rito de la ceniza en el miércoles que abre la Cuaresma, hasta el Resurrexit, aleluia del pregón de la noche de Pascua, los cofrades nos precipitamos en una vorágine de actos que ocupan y saturan este tiempo fuerte de conversión y penitencia que hasta no hace mucho se vivía en las hermandades de una forma muy distinta a la actual.

Y es que ahora todo lo hacemos desmesuradamente. Lo que antes era tiempo de preparación interior, vivido de puertas adentro de las casas de hermandad, en estas últimas cuaresmas parece que lo organizamos de cara a la galería, como en un escaparate donde lo único importante es que convoquemos a cuanta más gente mejor, pero en actos vacíos de contenido religioso.

La convocatoria de cualquier evento pseudocofrade que se organice, sea concierto, exaltación, conferencia, igualás, ensayos, etcétera, va a suscitar más atención de los medios de comunicación, del público (la palabra fieles aquí no encajaría), que la de unos cultos de reglas. Porque me da la sensación de que se cuidan más esos actos que los propios cultos, que hasta parecen quedar relegados a un segundo plano en este revoltijo de eventos cofrades.

Luego, organizamos comilonas que parecen poco acordes con este tiempo de ayuno en las que ocupamos, no ya las casas de hermandad, sino las propias calles, como verbenas más propias de otras épocas del año. Cualquier día de Cuaresma nos podemos topar con ensayos de cuadrillas, con banda de cornetas y tambores incluidas, compartiendo espacio con un pasacalles de Carnaval o con una manifestación de los sindicatos que protestan contra los recortes del Gobierno. Mientras que en este esperpento nadie quiere recortar nada. Incluso los fomentamos.

Esta falta de intimidad y discreción en muchos actos de las cofradías es como si nos pusiésemos a vestir a cualquiera de nuestras imágenes en mitad de la Plaza de las Monjas a las doce de la mañana. Estas actividades, absolutamente necesarias para la salida procesional, siempre se han hecho con la sencillez y la naturalidad que durante años nos han caracterizado, y en lugares y momentos adecuados.

La Iglesia, en la propia misa de los domingos de Cuaresma, omite el Gloria con el objetivo de que resuene con más fuerza y tomando nueva naturaleza en la del Domingo de Resurrección. Y nosotros nos empeñamos en hacer habitual lo que debería ser extraordinario. Bandas, pasos, incienso en los ensayos, ¿qué dejaremos para la salida?

Estamos sacando de madre lo que siempre se hizo con la elegancia de lo discreto. Elogiamos la desmesura y aplaudimos lo populachero (no lo popular).

Volvamos a hacer las cosas con la clásica sencillez de las cofradías, en su justa medida, equilibradamente, con la auténtica devoción de la que siempre hicimos gala, y en una Cuaresma vivida de corazón adentro. Tiempo tendremos en Semana Santa para volcarnos en las calles el día de la estación de penitencia, en esa inigualable catequesis plástica que son nuestras cofradías en la calle.

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