La Asociación de la Prensa de Huelva entregará este año su premio Ángel Serradilla al fotoperiodista Emilio Morenatti. Recientemente, los compañeros de esta casa Alberto Domínguez, Josué Correa y Jordi Landero, junto a Julián Pérez y Alberto Díaz, recibieron un más que merecido reconocimiento de la Asociación Huelva y sus fotógrafos en los premios Carrete por su trabajo en la pandemia.

Todos ellos pertenecen a una especie en peligro de extinción en este campo de la información profesional complejo que lucha en constante evolución contra un mundo que no se lo pone fácil. La imagen es periodismo, información y arte. Ser fotoperiodista no es hacer fotos de forma autómata sino plasmar en un instante gráfico la realidad. Pruebe usted a hacerlo durante una semana y luego compare el resultado con el de los profesionales. Ni de lejos somos capaces de lograr no solo su calidad técnica, sino el lujo de captar el momento con el ojo de quien ve la vida en encuadres.

Un ejemplo reciente. Sevilla se echó a la calle hace unos días con no pocos visitantes llegados de fuera para ver al Gran Poder recorrer sus barrios antes de regresar a su templo. Algunas imágenes del millón que pulularon por el campo sin vallar de las redes sociales hicieron carrera. Ninguna estaba tomada por el móvil a pie de paso entre codazos y en vertical. Pero qué más da. La falta de una regulación clara y educación sobre la autoría intelectual de las obras son suficientes. La que más me llamó la atención era de la avenida de la Constitución a oscuras, tomada por miles de cofrades y el paso abriéndose camino con solemnidad entre devotos. Más allá de la fe que transmita era una fotografía preciosa que captaba el sentir de toda una ciudad y su despliegue en unos días históricos. La imagen la compartieron miles de personas, tanto anónimas como incluso en perfiles de rostros conocidos o de cargos públicos. Era evidente que la fotografía era profesional. Estaba tomada desde un punto que bien podría ser las alturas del Ayuntamiento hispalense (lugar que seguro no es accesible a tanta gente como la lucía en su perfil tuitero). Le dediqué unos minutos a rastrear hasta que encontré la que me pareció el original de Joaquín Corchero, fotógrafo autónomo a quien no conozco pero al que aplaudo. Descubrí para sorpresa mía que la imagen primitiva estaba firmada en una de sus esquinas y era más amplia. Curiosamente, muchas de las versiones que tanto éxito habían tenido estaban recortadas en ese mismo punto donde se pierde la autoría. Casualidades de la vida.

Es posible que dentro de unos años Morenatti o mis propios compañeros hayan tenido que dedicarse a otra cosa. Y habremos perdido todos.

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