Kosovo

Para los irredentistas, Navarra es una provincia 'perdida' donde los que no desean la anexión serían extraños o traidores

Alo largo del fallido proceso soberanista en Cataluña, antes y después de la rocambolesca fuga del hombre que se postulaba como presidente de la República suspendida, ha sido habitual entre los independentistas invocar los modelos de Kosovo o Eslovenia, como hizo el actual presidente de la Generalitat -cargo en su caso honorífico, puesto que no gobierna ni hace otra cosa que arengar a la parroquia- cuando sugirió que la llamada vía unilateral, eufemismo para referirse a la imposición de su proyecto sobre el conjunto de la población catalana y española, era el único posible si se quería llevar la secesión a efecto. España no es Serbia ni lo ocurrido en la antigua Yugoslavia admite traslación ninguna a la realidad de una democracia donde las únicas apelaciones a la limpieza étnica han venido de los representantes más extremosos de los nacionalismos periféricos, como prueban, sin ir más lejos, los abominables escritos del mismo presidente absentista. Ni Cataluña, por más que se empeñen en forzar los paralelismos, es Quebec o Escocia o Irlanda. El ejemplo de Kosovo, en particular, invocado por todos los pueblos supuestamente oprimidos que sueñan con ser independientes, no puede abordarse sin comprender lo que la región significaba para los ideólogos de la Gran Serbia, es decir los opresores, paradójicamente afines a los que entre nosotros promueven la fantasía de los Països Catalans o el mito de Euskal Herria, entendidos no como realidades culturales -que lo son indudablemente- sino como entidades políticas homogéneas. En Kosovo tuvo lugar la legendaria batalla del Campo de los mirlos, base de la mitología nacional que celebra la derrota frente a los otomanos, ocurrida en junio de 1389, como un momento fundacional de la conciencia patriótica serbia, no por casualidad invocada por Milosevic en un aciago discurso que conmemoraba los seis siglos transcurridos y anunciaba la serie de guerras que siguieron a la disolución de la federación yugoslava. A juicio del irresponsable jerarca, Kosovo era el "corazón de Serbia" y poco importaba que la mayoría de su población fuera albanesa, pues el "ser nacional e histórico" pesaba más que los censos y los colonos, ajenos al esencialismo identitario, no pertenecían a la secular nación que ostentaba sobre esa tierra algo parecido a un derecho natural. Los nacionalistas son libres de defender sus ideas y no se trata de criminalizar a nadie, pero el planteamiento recuerda al de los voceros del expansionismo abertzale respecto a la otra comunidad foral, Navarra, que los irredentistas consideran una provincia perdida donde los que no desean la anexión serían extraños o traidores.

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