Jura de bandera

Entre nosotros, la exhibición del patriotismo ha quedado relegada a los sectores más reaccionarios de la población

El sábado pasado, dos mil civiles juraron la bandera en una ceremonia celebrada en la Plaza de España de Sevilla. Por desgracia, la ceremonia repitió los clichés habituales de las señoronas con mantilla que declaraban su amor a España. Como es natural, apenas había jóvenes. Todo era rígido, anticuado, antipático. Y luego nos extrañamos de que España sea el país de Europa donde casi nadie se atreve a exhibir con orgullo la bandera nacional, como sí sucede en Francia, por ejemplo, donde hasta la izquierda antisistema acude a los mítines enarbolando la bandera tricolor.

Pero eso no es posible entre nosotros. Y no sólo porque seamos una nación hamletiana con graves dudas sobre su identidad, sino porque la exhibición del patriotismo ha quedado relegada a los sectores más reaccionarios de la población. Por desgracia, nadie ha tenido la idea de abrir todo lo que esté relacionado con la bandera a la sociedad civil y a nuestra historia común, que incluye también el pasado republicano que debería ser asumido sin complejos por la España constitucional. Y así, seguimos celebrando los homenajes a la bandera con el decorado habitual de legionarios y mantillas, de modo que mucha gente sigue identificándola -y con razón- con lo peor de nuestra historia, con lo más cerril y atrasado, con lo menos digno de respeto y admiración.

Imagino otra ceremonia de jura de bandera. Una, por ejemplo, en la que esté presente Rafael Gómez, que a sus 97 años es el último veterano de La Nueve que queda vivo. La Nueve fue la compañía de antiguos soldados republicanos que liberaron París combatiendo en las filas de la Francia Libre, y cualquier español con un mínimo de aprecio por su país debería sentirse orgulloso de lo que hicieron esos soldados. Y en esas ceremonias deberían estar presentes -porque ellos también son la bandera nacional- representantes de los médicos y sanitarios de la Sanidad Pública. Y de los equipos de rescate que ayudan a los refugiados en el mar. Y de los voluntarios de los comedores sociales. Y de los maestros que luchan contra la burricie en los barrios más degradados. Si toda esta gente -y mucha más que merecería ser reconocida- estuviera presente en los homenajes a la bandera, decenas de miles de ciudadanos correrían a presentar sus respetos. Pero de momento, todo se va a quedar en las señoras con mantilla.

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