Juguetes rotos

Conde, Urdangarín y Cifuentes son personajes influyentesy prestigiosos convertidos en muñecos estrafalarios

Mario Conde es un gran moroso con Hacienda, Iñaki Urdangarín tiene una cárcel sólo para él, Cristina Cifuentes mantiene las mentiras sobre su máster. Resulta deprimente ver como juguetes rotos a personas que han tenido tanto prestigio social, como el prepotente banquero, el deportista de élite o la política de altas ambiciones. Conde hizo fortuna especulando y apropiándose de fondos de Banesto, banco que dejó en la ruina. Se convirtió en el prototipo del éxito en los años 80 y 90.

Amigo del Rey Juan Carlos, doctor honoris causa por la Universidad Complutense, cortejado por todos en época de dinero fácil… Hoy es el quinto mayor moroso con el Fisco español, al que debe 15 millones de euros, con su patrimonio escondido detrás de testaferros. Urdangarín, medalla de bronce en los Juegos de Atlanta con la Selección de Balonmano, seis copas de Europa y diez Ligas Asobal con el Barcelona, bien casado con una infanta, pertenece a la fiebre del dinero de los locos años 2000. Saqueó instituciones. Pero su estrella no se ha apagado del todo; sigue teniendo ventajas, como alojarse en un módulo de hombres vacío, de una prisión para mujeres.

Saber retirarse, saber perder, es una virtud de la que hay escasos ejemplos. Rajoy ha entrado en esa galería de raros. Deja la presidencia del PP, no impone sucesor, renuncia a su escaño y abandona la política en silencio. Aunque para elegante Joe Crowley, veterano congresista demócrata por Queens y el Bronx, que tras perder las primarias de su partido contra la joven latina Alexandria Ocasio-Cortez la felicitó dedicándole con un grupo Born to run de Bruce Springsteen. Hay maneras diferentes de encajar una derrota en primarias, como Patxi López o como Susana Díaz, por ejemplo.

Cristina Cifuentes también rabia de no estar ahora en la carrera por el liderazgo del PP. Y prolonga el drama de una dimisión forzada por el vídeo perverso, pero obligada por sus mentiras sobre un posgrado fraudulento. Esta semana se ha escondido del juez que instruye la causa penal por su máster, que le va a costar la carrera a sus encubridores. Está investigada por falsedad documental y cohecho, pero se empeña en que los periodistas que destaparon su engaño académico cometieron un delito de revelación de secretos. Un título conseguido sin ir a clase, sin examinarse y sin trabajo alguno no es un secreto, sino más bien una conjura. Estamos ante una revelación de delitos.

La decepción de los seguidores de personajes tan influyentes los convierte a sus ojos en muñecos estrafalarios.

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