El sábado por la noche al llegar a casa después de la jornada de trabajo salí un rato a la terraza, un territorio donde hace ahora un año respirábamos del encierro del primer estado de alarma. La noche invitaba a ello. No muy lejos pude escuchar ruido de risas, gente y jaleo propio de celebraciones. Me atrevería a decir que era una fiesta. 12 meses después de aquellos aplausos en los que nos encontrábamos con los vecinos alguno apenas si disimula su irresponsabilidad.

La algarabía no obstante me hizo reflexionar de nuevo sobre lo poco que hemos aprendido durante un año. Tres olas no son suficientes. Igual tenemos que esperar a que nos toque de lleno para entender el grado de responsabilidad individual que nos corresponde a cada uno. No falla. En cuanto las medidas se relajan vuelven las subidas primero, los hospitalizados después y por último como triste epílogo de cada oleada pandémica llegan las víctimas mortales. En nuestro entorno más cercano son ya 348, una cifra fría detrás de la que se esconden 348 historias, familias a las que un virus ha arrebatado un ser querido. Y es precisamente ahí, en el ámbito más íntimo y personal donde se registran los contagios.

Afrontamos la Semana Santa con este escenario incierto. La moderación en la relajación de las medidas está más que justificada. Quizá no merecemos otra cosa que la desconfianza por parte de quienes toman las decisiones. No somos de fiar. Los datos nos hacen temer que tras el paso de las jornadas festivas llegarán duras jornadas. Claro está, le pedimos a la sociedad que ejerza una responsabilidad mayor si cabe.

Con este pensamiento repaso una tras otra las imágenes con las que nuestro compañero Rafa del Barrio ilustra un atípico Domingo de Ramos. Ambiente, iglesias, hermandades y cofradías que tratan de sobrellevar de la mejor manera posible las restricciones. Salvo algún caso aislado la regla general es de respecto por las normas. Con el esfuerzo y la contención que requiere. Un alivio importante. Me asomo a las páginas de Deportes y en los campos en los que se permite el público el comportamiento es ejemplar. De nuevo alivio. Si somos capaces de cumplir como grupo jamás entenderé porqué no lo hacemos como individuos en nuestra pequeña competencia.

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