La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Cuando Irene Papas fue una estrella

Un público mayoritario más curioso, más abierto y más inteligente convirtió a estas grandes trágicas en estrellas

Casi a la vez estallaron los muy distintos genios de Melina Mercouri e Irene Papas, la gran actriz griega fallecida el pasado día 14. En un curioso paralelismo entre 1957 y 1964 El que debe morir, La ley, Nunca en domingo, Fedra y Topkapi convertían a Mercouri en una estrella internacional mientras La ley de la horca, Los cañones de Navarone, Electra y Zorba el griego lo hacían con Papas. Durante décadas las dos actrices griegas gozaron de un éxito que, de paso, catapultaba a directores y músicos de su país a la fama internacional. ¡Cuánto no debió Manos Hadjidakis al éxito de Nunca en domingo y su tema principal Los niños del Pireo cantado por la Mercouri! ¡Cuánto no debió Thedorakis al éxito de Zorba el griego en la que Irene Papas actuaba junto a Anthony Quinn y Alan Bates! Melina Mercouri desarrolló una gran carrera como cantante gracias a su voz seductora y sensualmente ronca. Irene Papas grabó algún disco con Theodorakis y con Vangelis, pero su poderosa voz, tan efectiva sobre los escenarios, no se prestaba a la canción.

Habría que reflexionar sobre la proyección internacional de las artistas mediterráneas en el cine de entre los años 50 y 70, y preguntarse por qué conforme han ido desapareciendo sus tronos han quedado vacíos. Me refiero sobre todo a las grandes trágicas como Irene Papas o Ana Magnani, bellezas difíciles capaces de conquistar Hollywood por su poderío en la pantalla. ¿Era su fuerza interpretativa, su belleza agreste y fiera, su lado salvaje que llevaba sus interpretaciones trágicas a cotas de intensidad y autenticidad insuperables? Seguro. Pero eran también los Cacoyannis, Costa Gavras, Rossellini o Pasolini que las dirigieron, el prestigio e influencia de los cines europeos tras la revolución neorrealista y la de los nuevos cines. Y la existencia de un público mayoritario -tanto como para convertir estas películas en éxitos, estas actrices en estrellas y estos directores en maestros reconocidos- que, desgraciadamente, ha desaparecido. Desgraciadamente porque el éxito de las películas, la fama de sus intérpretes y el prestigio de sus directores no dependía solo de lo que decidieran los jurados de los festivales o los críticos; sobre todo, de la respuesta de ese público mayoritario más inteligente, más curioso y más abierto a nuevas experiencias que el actual. ¿Nostalgia de viejo? Quizás. O quizás no.

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