En esta época la crítica, exacerbada muchas veces, abunda y la contestación está al cabo de la calle. De esto no se libra ni la justicia a la que, entre otras censuras, se acusa de lenta, como si sobre ella no pesara la penuria económica, los recortes, que nos han depauperado y afectado a todos, causa de esa falta de medios que padece su administración. Eso y muchas veces la incomprensión de la acción judicial. Pero lo más alarmante es la desobediencia a la justicia. A ello se refería hace pocos días el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Lorenzo del Río, sobre "recientes situaciones conflictivas judicializadas" que han "traspasado la línea de la legítima crítica social", reivindicando "el respeto a la legalidad y las decisiones judiciales". En su discurso de apertura del año judicial aseguró que los jueces "se sienten incomprendidos y criticados" sobre todo en unas circunstancias como las actuales en las que abundan decisiones judiciales poco comprendidas y se llega a lo que el magistrado califica de "apología y aplauso de la desobediencia de sentencias judiciales firmes", advirtiendo que en el respeto a la ley se basa la convivencia democrática y pacífica.

Y hablando de desobediencia, en la que el nacionalismo independentista catalán está incurriendo provocativamente continuamente, tan innoble actitud ha recibido una contundente réplica con el comunicado conjunto hecho público por las cuatro asociaciones mayoritarias de jueces en el que llaman a los ciudadanos y funcionarios a no cumplir ninguna orden que conduzca a organizar el referéndum de autodeterminación y participar en él, porque una autoridad que "se rebela" contra el ordenamiento jurídico y actúa de forma "totalitaria" no debe ser obedecida. El manifiesto de cerca de un millar de artistas e intelectuales de izquierdas titulado 1-O Estafa antidemocrática en el que emplazan a la no participación en el referéndum, ha sido otro duro impacto en la línea de flotación del obstinado empeño soberanista.

A la incalificable insolencia del separatismo catalán, hay que añadir inaceptables complicidades adherentes, la traición de las contradicciones y falsedades envenenadas de Iglesias y Colau -bravatas uno, mentiras la otra- y sus confluencias, el apoyo viscoso, condicionado y ambiguo de Sánchez y el silencio mezquino de quienes juegan contra el Gobierno a costa de lo que sea o de sus propios intereses. ¿A qué viene ahora exigir -ese verbo tan petulante- una salida política a Cataluña? ¿Qué diálogo es posible con quien no ofrece más alternativa que la desconexión? ¿Qué reforma de la Constitución? ¿En qué? ¿Más autogobierno? ¿Todavía más? ¿Hemos de seguir consintiendo los insultos -"España nos roba"-, las presiones, las vejaciones y las falacias? ¿No es dar aliento a quien altera, pervierte y vulnera el orden institucional y democrático?

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