DOS mandatarios occidentales, uno ya jubilado y otro en vías de jubilación a plazo fijo, han defendido la justeza de la guerra de Iraq al cumplirse el quinto aniversario de su estallido. Aznar y Bush, cada uno en su casa, han venido a decir lo mismo que dijeron juntos en las Azores: la guerra era necesaria para combatir el terrorismo islamista.

Empecinamiento se llama eso, más incomprensible aún en el caso de nuestro ex presidente, que ni siquiera ha sido capaz de replantearse su posición, como ha hecho otro ex, el británico Blair, o su propio sucesor al frente del PP, Mariano Rajoy, que hace poco acabó admitiendo que el Gobierno español de 2003 se equivocó por falta de información verídica sobre el argumento-pretexto que desencadenó la invasión: la existencia de armas de destrucción masiva en manos de Sadam Husein.

No había tales armas, como quedó demostrado cuando el país fue controlado por el ejército norteamericano. No existía tampoco vinculación ninguna entre el dictador iraquí y Ben Laden -al contrario, era desprecio mutuo lo que sentían-, de modo que era igualmente falsario el argumento de que la guerra suponía un combate estratégico contra el terrorismo. Ni se han conseguido los objetivos enunciados por Bush al decretar la invasión: no se ha estabilizado la zona de Oriente Próximo y no se ha implantado la democracia en Iraq. Que la situación actual sea "muy buena" como ha declarado Aznar debe ser tomado como un sarcasmo. Allí se mata todos los días. Los norteamericanos le han retirado totalmente la confianza a Bush. Los españoles se la retiraron a Aznar en su día.

Lo único positivo de este inmenso error, y horror, ha sido la caída de un tirano sanguinario, cuyo poder se gestó durante mucho tiempo con la complacencia, cuando no la complicidad, de algunas potencias democráticas. Claro que entonces era "nuestro" tirano. Por otra parte, ¿cuántos pueblos no han sido, ni son, liberados mediante guerras de sus respectivos tiranos tan sólo porque no guardan petróleo en su subsuelo o no están ubicados en lugares preferentes de la geoestrategia internacional? No es verdad que esta guerra se acometiera para velar por los derechos humanos de los iraquíes. A los que la prepararon -pasando por encima de la ONU- les importaba un bledo la suerte de los iraquíes, como han revelado con todo detalle numerosos periodistas e investigadores de Estados Unidos, un país donde estas cosas se pueden contar.

Han pasado cinco años y no varía la calificación tópica que se ha añadido a la guerra de Iraq: ilegal, inmoral e injusta. Solamente Bush y Aznar continúan desafiando la evidencia.

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