Mucha gente usa ahora unos de esos relojes que te dice la frecuencia cardiaca, las calorías que has consumido, los pasos que has dado, las horas de sueño y un montón más de indicadores, dependiendo del precio del aparatito. Podemos tener así información al instante del funcionamiento de nuestro cuerpo, y tomar decisiones al respecto. Internet es al mundo lo que ese reloj a nuestro cuerpo: puede informarnos en tiempo real de lo que ocurre en cada remoto rincón del planeta.

Sabemos, así, que en Kenia hay casi medio millón de personas en lo que se considera el mayor campo de refugiados del mundo, y que llevan allí más de 20 años. Y que campos como éste hay en cada continente, hasta sumar más de 65 millones de personas desplazadas de sus hogares por guerras y hambrunas... ¡65 millones de personas!

Sabemos también que en este momento hay cientos de miles de personas desplazándose, huyendo, expuestas a las mafias, a los gobiernos de turno y sus políticas de fronteras, encerrados en cárceles aún sin haber cometido delito alguno, prostituyéndose para pagar un billete de tren, lanzándose al agua para llegar a una playa… sabemos las rutas, los horarios, los métodos, las razones para huir, el porcentaje de supervivencia de los que lo intentan...

Sabemos del mismo modo los atropellos que el planeta recibe, los bosques que roturamos, los vertidos que se hacen en cada río, los transgénicos que introducimos en la cadena alimentaria cada día, la expoliación de materias primas sin respetar los ritmos de reproducción, las especies que se extinguen cada minuto sin siquiera haberlas conocido…

Somos, en definitiva, la sociedad del conocimiento, de la información, hemos desarrollado una enorme capacidad para reconocer y monitorizar nuestro entorno, para detectar sus síntomas, por desapercibidos que sean. Hemos hecho un diagnóstico completísimo del planeta que habitamos… y sin embargo somos incapaces de tomar medidas para evitar que todas esas personas malvivan en campos de refugiados, se desplacen poniendo en peligro su vida, o destrocemos el medio ambiente arriesgando al mismo tiempo nuestra propia supervivencia. Y tantas otras cosas.

Volviendo al comienzo: es como si observáramos como nuestro maldito reloj nos estuviera informando de una alarmante subida de las pulsaciones, 180, 200, 240, 300… y nuestra única reacción fuera seguir observando el reloj, sabiendo que podríamos caer fulminados en cualquier momento, pero incapaces de reaccionar. ¿Qué necesitamos para salir de esta enfermiza inacción?

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