Impuestos

No hay serie de terror que pueda competir con ese momento en que uno ve en el buzón el logo de la Agencia Tributaria

Hubo un tiempo en que el PP de Rajoy usó como reclamo electoral una rebaja de tres puntos en el IRPF. A todas horas, durante la feroz campaña electoral de 2015, los candidatos del PP repetían el mismo mantra: "Bajaremos tres puntos el IRPF". Y luego añadían, como quien acaba de cantar Bingo en una película de Esteso y Pajares: "¡Tres puntos!" Estábamos viviendo una crisis descomunal, el bipartidismo se venía abajo, el descrédito de la clase política parecía irreversible, y a los cerebrines del PP no se les había ocurrido otra idea para captar el voto que reducir tres puntos el IRPF. Hay que tener un cerebro deconstruido para imaginar que a la gente le preocupa el IRPF. O hay que vivir tan alejado de la realidad como la ministra Llop, que dice haber viajado en metro -en algún viaje astral, quizá- y haber oído hablar a los pasajeros sobre las trifulcas del Consejo General del Poder Judicial. Hay alienígenas que deben de tener una idea mucho más acertada de nuestra civilización que los ideólogos del PP de Rajoy o que la ministra Llop.

Digo esto porque el apasionante tema de los impuestos ha vuelto a entrar en escena con la supresión del Impuesto de Patrimonio por parte del gobierno andaluz de Juanma Moreno. No tengo ni idea de gestión tributaria, pero mi humilde impresión es que los asuntos relacionados con los impuestos provocan una razonable desgana entre la ciudadanía. Y a menudo, más que desgana, un cierto pavor, o incluso un auténtico pavor. No hay nada que nos asuste más que recibir una carta certificada con el ominoso logo de la Agencia Tributaria. No hay serie de terror de Netflix que pueda competir con ese momento en que uno llega silbando a su casa y cuando abre el buzón se encuentra con el logo tricolor de la Agencia Tributaria. Qué más quisieran los creadores de La maldición de Hill House que provocar un escalofrío medular como el que experimenta un ciudadano cualquiera al encontrarse con esa pequeña sorpresa en el buzón.

El problema de los impuestos es peliagudo. Todos queremos pagar menos impuestos, claro está, pero hay que mantener en pie un Estado costosísimo que sufraga Educación, Sanidad y servicios públicos. Un Estado, por lo general, mal gestionado y elefantiásico que crece sin parar como un tumor, sí, pero que también nos garantiza -de momento- nuestro limitado derecho al bienestar.

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