La verdad es que lo que se está viendo en el Parlamento últimamente resulta bochornoso y nos remonta a los peores tiempos del parlamentarismo español y ya todos sabemos como acabó aquello. Una sesión de control al Gobierno no puede acabar con una propuesta de ruptura con la oposición o como hace unas semanas, amenazando a otro opositor con un: "… te vas a enterar…" máxime, cuando la dialéctica del presidente no es, precisamente cortés: "… es usted un político indecente…" espetaría a su adversario en un debate electoral.

El otro día, correspondía hablar del Brexit -sarcasmo rotundo con el problema catalán encima de la mesa- y las pretensiones de reforma del Código Penal auspiciada por independentistas y antisistema. Aquello acabó de manera indicativa de la crispación existente -sí, aquella que tanto interesaba a ZP- y lo peor se intuye la generación de odio entre adversarios, de ahí, mi referencia a la vida institucional pre guerra civil.

Desde el respeto demandado hacia las instituciones, lo primero que ha de exigirse y al presidente en la vanguardia, es cumplimiento de los principios constitucionales. Por eso, no se entiende la acomodación argumental, según su conveniencia personal y contradiciendo lo manifestado previamente, respecto a la existencia o no del delito de rebelión en lo de Cataluña. Ante esto, el oponente Casado le lanzó una andanada a la línea de flotación que le produjo gran deterioro anímico, ya de por sí bajo, pues la intervención del líder del PP le había significado lo que en el argot dialéctico se titula como un "repaso". Sin embargo, sin restar un ápice a la brillantez de la exposición y la puesta en escena sin papeles, no me gustó la alusión "golpista" porque sirvió para desviarse de lo fundamental y camuflar la derrota dialéctica. Fue un error de superioridad, no necesitaba un golpe tan directo para decir lo mismo y evitar el camuflaje el fiasco gubernamental. Suele ocurrir cuando no se tiene un guión previo que seguir, se crece uno y puede acabar descalificado a sí mismo al final, debatía con el presidente, aunque quedó claro que parece ser un abandono de los complejos inherentes al discurso pepero. Pudo razonarle con su propio lenguaje al encararle los riesgos en el respeto a los símbolos, a las víctimas… empaquetándolas en la indecencia, palabra del gusto del presidente.

Por fin, apareció Tardá con los "fusilamientos", ¿trastorno de su propio subconsciente?, máxime con el estilo de alguno de sus vecinos de escaño. Todo impropio, improcedente y nada constructivo para favorecer la convivencia social.

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