En una época en que prevalecen lo inmediato, lo superfluo y lo banal, se nos revela una liturgia urbana que invade la calle y se manifiesta prodigiosa y emocionante, conmovedora y esplendorosa, suscitando inevitables reacciones entre la razón y la emoción. Aquí, seguramente, más acentuada y apasionada la segunda. La asombrosa imaginería, que singularmente representa el conmovedor drama sacro, se muestra en pasos de misterio donde muchos de sus pasajes representan en una plástica realmente asombrosa y conmovedora los momentos sublimes de la tragedia deicida. Recobramos así en las arterias ciudadanas, transitadas a diario, la evocación de los escenarios de la Pasión de Jesús, los mismos que pisamos algún día en nuestros viajes a Tierra Santa, marco estremecedor de los hechos que ahora conmemoramos.

Vuelve allí nuestra memoria más entrañable para revivir el espíritu de aquella noche pascual, el lugar donde se remansaban los ecos de la ciudad, la piedra y la cal plateadas vivamente por la luna de Nisán, la intriga de esa noche cruenta, que fragua en estos recovecos urbanos, en esas callejuelas, la tragedia espeluznante de la muerte del Rabí. El recuerdo se detiene en el Cenáculo, sobre el cenotafio oculto y entonces no descubierto de David, donde Jesús celebraba la Pascua. A la quietud acogedora de la estancia, preñada del encanto de Sión, llegaban los ecos apagados del crepúsculo, del frescor de la tarde moribunda, de los efluvios lejanos de las viñas y los olivos, del bullicio de las tribus peregrinas, de los balidos de los recentales preparados para el sacrificio pascual, recordaba Gabriel Miró. Entre libación y libación, y el trasiego del kiraim, el kjharoset, las nueces, el coriandro, la endibia, el marrubio, los dátiles, los higos, el pan de los ácimos y el vino rojo de las fragantes cráteras, Jesús proclamó su divino ministerio eucarístico y denunció la infame traición del de Kerioth.

La obra de gubias y cinceles privilegiados ha hecho posible estos prodigios estéticos y esculturales que recrean los diversos pasajes, incluido el humillante proceso a que fue sometido Jesús en aquel ambiente tenso, presidido por los jueces del Sinedrio, ataviados con doradas dalmáticas: el Abëit-din, o sea Anás, cabeza de los zequenim, los ancianos potentados de Judea -entre ellos Nicodemus y José de Arimatea (ambos recogerían el cuerpo del Rabí, lo embalsamarían y lo enterrarían), la tumba de este último muy próxima al sepulcro de Cristo- , el Hâkam, gobernador de los soferim, los escribas -burócratas de la ley-, los levitas, los expertos en los textos sagrados, los sinuosos analistas de la Mischna, entre ellos Gamaliel, preceptor de Sáulo, Samuel, Hananías... y los pérfidos, apergaminados, hieráticos, huesudos fariseos de la más rígida formulación judaica. ¡Cuántos hoy en tantos inicuos tribunales! Son los personajes del ignominioso juicio cuyos principales protagonistas constituyen algunas imágenes de nuestra Pasión.

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