En estos días se está celebrando el quinario al Señor de Pasión en el centenario de su corporación penitencial. Con tal motivo y con la disponibilidad y anuencia del párroco, nos encontramos en San Pedro, con una imagen que por lo inusual para las nuevas generaciones de cofrades y devotos causa un impacto tan positivo que quedará para el recuerdo de los que la contemplen y generará añoranza en aquellos de mucha más edad. Me refiero a la presencia del Señor de Pasión en el altar mayor de la iglesia. Imagen impresionante en la estética -hay que felicitar a la priostía- como decía uno de los predicadores, por la belleza de la envoltura absolutamente digna para el regalo magistral que se nos ofrece, la imagen del Señor del Barrio Alto -cuando existía el barrio- rodeado por la luz de "cien" cirios, símbolo sencillo pero oportunísimo para tan especial celebración que todos los cofrades comprometidos debemos celebrar con rotundidad pero, siempre, sabiendo deslindar lo accesorio de un extraordinario mérito de lo fundamental tal cual es la devoción y el rito en el homenaje a los Sagrados Titulares de la hermandad centenaria.

Pero hay más, la Virgen del Refugio mantiene su papel de madre sufriente, sin protagonismo excesivo, más allá de esa condición de madre y mediadora por todos nosotros.

Y es que, permítanme señalar a vuelapluma, que la iglesia de San Pedro es en sí misma todo un compendio teológico-mariano, ítem más y sin pretender exagerar es una especie de sagrada escritura local y muy onubense. Porque desde la centralidad de San Pedro, piedra sobre la que se sustenta la Iglesia universal, tenemos en el templo representaciones fundamentales de la Pasión y Muerte de Cristo: entrada triunfal, lo vemos cautivo, Jesús con la Cruz de todos a cuestas y ya muerto, descendido de la Cruz. Pero no acaba aquí porque la culminación redentora en el Pentecostés la representa la imagen existente de la Virgen del Rocío que, junto a la tutela archidiocesana de la de los Reyes, nos encontramos con el patronazgo de nuestra Virgen chiquita de la Cinta. Por fin, la culminación de toda esa representación de orientación simbólica y de fe, la encontramos en la prodigiosa significación del Corazón de Jesús en la íntima serenidad del Oratorio del Sagrario, con la vigilante presencia de San Manuel González, cuidadoso promotor del respeto debido al Santísimo, auténtica y verdadera expresión de la permanencia de Cristo vivo entre nosotros.

En fin, momento singular para la devoción de los cofrades y creyentes comprometidos y puerta abierta a la creencia para aquellos que, ahora, sean meros aficionados a la estética cofrade.

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