Es un principio constitucional. A todos se les llena la boca cuando lo proclaman con reiterada asiduidad. Curiosamente a quienes más lo pregonan con enardecido énfasis se les olvida a menudo cuando han de ponerlo en práctica. Ahí tenemos el escandaloso ejemplo de la financiación autonómica. Aunque las distintas administraciones autonómicas se desgañiten en todos los órdenes pidiendo o exigiendo esa igualdad, a la hora de repartir el dinero -hablando claro- que le corresponde a cada una, siempre hay una beneficiada muy por encima de las demás: Cataluña. Las cantidades son realmente de una diferencia escandalosa e inadmisible. Entre ellas la que corresponde a Andalucía. Su presidente viene denunciando insistentemente, lo que hacen también los dirigentes de las comunidades regidas por los populares y no, salvo raras excepciones, las presididas por los socialistas, incapaces de levantar la voz a su jefe supremo.

Pero es que, además, con el dichoso tema de la mesa de la negociación, o lo que sea, y la entrevista entre el presidente del gobierno y el de la Generalidad catalana, hemos tenido que soportar y contemplar humillaciones impresentables. No sólo por la excesiva y ampulosa pompa y circunstancia dadas al encuentro, inédito en otras comunidades, sino por acciones tan indignantes como tras la rueda de prensa retiran la bandera de España y dejan sólo la catalana cuando habla Aragonés. El gesto es repulsivo y miserable. Entre las muchas críticas resulta particularmente relevante la del presidente de Castilla-La Mancha, que dijo: "Me parece un gesto de poco sentido común que un presidente de una comunidad autónoma, por muy importante que sea crea -es lo más certero de la crítica -… retire la bandera española… que refleja el consenso institucional".

Pero es que en estos días muchos, incluidos algunos analistas políticos, que se hacen pasar por ingenuos impostados, corifeos de la causa o del sectarismo, nos muestran la famosa mesa como la mágica fórmula contra el separatismo y la conciliación, para otros es ganar tiempo -¿qué tiempo?- y mantener el poder. De un lado y de otro pretenden que la ciudadanía diga amén y se incline en servil vasallaje como si el excluyente nacionalismo catalán fuera solo una invención de los pérfidos adversarios del gobierno.

Éstas y otras afrentas aguanta el sufrido ciudadano: que el presidente presuma del resultado de las sospechosas y polémicas encuestas que le cocina a su gusto su chef del CIS, el fiel Tezanos, o del éxito que se atribuye en la vacunación, cuyas declaraciones en la televisión nacional sobre los criterios a la hora de vacunar contra el coronavirus merecieron las críticas tanto de la oposición como de muchos miembros de su propio partido. Y es que afirmar que "hemos vacunado a todo el mundo y no hemos preguntado su origen, ni su creencia, ni que votaban", no parece la frase más acertada en boca del presidente de un país democrático. Y ahora el volcán. ¡Lo que nos faltaba!

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