Huérfanos

Impresiona la continuidad de un arte concebido y divulgado al margen de la escritura

Celebraba nuestro sabio Crespo la todavía reciente y según parece maravillosa película de Pat Collins, Song of Granite, en la que el cineasta irlandés ha abordado la historia de Joe Heaney, mítico intérprete de música tradicional gaélica que fue uno de los principales custodios de un legado secular, milagrosamente conservado por quienes como él aprendieron el oficio de sus mayores, y su relato nos trajo a la cabeza los fascinantes hallazgos del filólogo estadounidense Milman Parry en relación con la llamada cuestión homérica. Los antiguos aedos de Grecia, como los bardos celtas o sus descendientes medievales, se ayudaban de cláusulas métricas que interpolaban en los poemas mientras recordaban los pasajes o pensaban cómo continuarlos, sirviéndose a la vez del repertorio heredado y de la inventiva propia, pues no se trataba de composiciones cerradas aunque contaran hechos muchas veces contados. El procedimiento mnemotécnico no necesitaba de la escritura y era por ello perfectamente compatible con una poesía oral como fue la de los griegos arcaicos -tal vez prefigurada en la remota época micénica- antes de que adoptaran el alfabeto fenicio, pero los clasicistas pensaban que era imposible que obras tan extensas como los poemas homéricos pudieran ser recitadas -y recreadas- por cantores analfabetos. El reparo parecía insuperable hasta que Parry, en la primera mitad de los años treinta, investigó sobre el terreno la tradición viva de los bardos serbios de Kosovo, capaces de recordar larguísimas tiradas de versos gracias a la misma técnica formular. Sus investigaciones fueron continuados por Albert Lord, que dedujo patrones comunes a partir de la comparación de epopeyas muy alejadas en el espacio y en el tiempo. No sólo la técnica, también los motivos y sus variaciones presentan llamativas coincidencias en las baladas y las canciones, también las líricas o amatorias, que generaciones de versificadores han hecho suyas desde tiempos inmemoriales. Otros estudiosos han rastreado los cuentos o los romances populares, que en muchos casos se han transmitido oralmente hasta ayer mismo, e impresiona la continuidad de un arte concebido y divulgado al margen de la escritura. Siempre hay quien lo ensalza reduciéndolo, como suelen los obsesos identitarios, pero lo realmente notable apunta justo en la dirección contraria, la que señala un estrecho parentesco entre comunidades que nunca tuvieron contacto directo. Todo apunta a que el siglo XX habrá sido el último en que esa memoria ancestral haya fluido espontáneamente, una pérdida que nos deja, sabiendo más que nunca de su valor, irremediablemente huérfanos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios