Hora cero

Sensación de culpa, solemos decir, como si se tratara siempre de una percepción errada o fantasmática

Oímos hablar con frecuencia de la noción de culpa como de un concepto negativo, ligado al pecado original en la tradición judeocristiana, del que necesitamos descargarnos para vivir libremente, emancipados de la idea de un Dios castigador o de los complejos inoculados por personas venenosas que ejercen el despotismo o la autoridad abusiva. En tales casos, es lícito calificarla de pulsión enfermiza que conduce a la negación o el desprecio de uno mismo y se traduce en sufrimiento inútil, de modo que las faltas imaginarias se convierten en daños reales, pero hay también, para nada relacionada con los prejuicios religiosos o los trastornos de la conducta, una forma benéfica de culpa que actúa a modo de saludable resorte de la conciencia y nos avisa, como el dolor físico, de que algo no marcha como es debido.

Sensación de culpa, solemos decir, como si se tratara siempre de una percepción errada o fantasmática que no cabe aceptar por esclavizadora, excluida la posibilidad de que existan causas objetivas. A veces las hay, sin embargo, y debemos tener el coraje de enfrentarlas sin buscar justificaciones o atenuantes, pues la señal no apunta entonces a la automortificación gratuita, sino a una alerta moral sin la que caminaríamos -como les pasa a los individuos envilecidos o carentes de escrúpulos- ignorantes de las consecuencias de lo que hacemos o dejamos de hacer. Siendo la individual objeto de sospecha, la culpa colectiva resulta todavía más difusa, lo que no quiere decir que invocarla no sea pertinente cuando sociedades enteras o buena parte de sus miembros han sido cómplices o partícipes de acciones abominables.

Leyendo a propósito de la desnazificación en la arrasada Alemania de la posguerra, llama la atención el proceso mental por el que los nativos supervivientes, pese a la evidencia de que el régimen hitleriano había sido apoyado de forma masiva, se definieron como víctimas -ellos también- cuando los aliados les instaron a la contrición por los crímenes cometidos. Hemos sufrido nuestra parte, aducían con razón, pero ello no los legitimaba para eludir la responsabilidad directa o indirecta -en ningún caso inconsciente- en la implantación de lo que Roth llamó la filial del infierno en la tierra. Los intereses geopolíticos del momento y las necesidades de la "hora cero", que invitaban al olvido para favorecer el renacimiento, hicieron que la cuestión se aplazara durante décadas, pero hoy nadie duda de esa responsabilidad a gran escala. Fueron más valientes quienes la asumieron que los que miraban para otro lado.

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