Hitos

Hay que ser ambiciosos, decía un veterano gestor con aspecto de no haberla doblado en varios lustros

Fue hace bastantes años, desde luego antes de que la crisis redujera drásticamente el margen de acción de los munícipes imaginativos. Los políticos prodigaban los observatorios y los planes de desarrollo estratégico a los que el entonces alcalde, hombre dado a los desafíos, era gran aficionado. Entre otros logros, de aquella etapa de esplendor data la construcción de un espacio mastodóntico en el corazón de la ciudad que sus impulsores, pese a la previsible oposición de las fuerzas reaccionarias, pretendían convertir en un nuevo foro, palabra muy del gusto de los observadores o estrategas. Luego la realidad, por desgracia, no siempre está a la altura de los anhelos visionarios, como demuestra el hecho de que el lugar se haya convertido en una especie de cancha frecuentada por señores en calzonas -un animador descompuesto, acaso dopado, suele jalear sus ejercicios- que aúllan como perros en la ingrata atardecida.

Éramos jóvenes y aún no habíamos aprendido a decirles no a los listos que solicitan trabajos gratuitos, de modo que no supimos rehusar la invitación a formar parte de una improbable comisión en la que se habían de señalar las líneas maestras de la política cultural -los objetivos, los retos ilusionantes, esas cosas- para los próximos decenios. Al poco de llegar, se hizo evidente que ninguno de los allí reunidos tenía la más remota idea del rumbo que debían adoptar las sinergias. Hay que ser ambiciosos, decía un veterano gestor con aspecto de no haberla doblado en varios lustros, y los demás asentíamos con cierta pesadumbre, como pensando, qué hemos hecho con nuestras vidas. Otro de los asistentes propuso, sin duda con buen criterio, continuar las deliberaciones en el bar, pero no hubo manera de hacerlo hasta agotar el prolijo orden del día. Horas después, el futuro se presentaba igual de incierto.

Hasta donde recordamos, la cita guardaba relación con la inminente llegada de unos fondos europeos que habían creado una situación incómoda: era obligado darles uso y no abundaban entre los receptores -tampoco ayudó la consulta externa- las sugerencias al respecto. La anécdota, aunque irrisoria, remite a una época de loca abundancia en la que florecieron los comisionados, los intermediarios, los arbitristas, cuando los presupuestos eran inagotables y las ciudades competían por abanderar proyectos descomunales. Pasó el tiempo de los fastos, pero los adictos a los grandes hitos siguen a lo suyo. Nunca dejan de soñar, a la espera de una ocasión propicia para poner su talento -¡hay mucho en esta tierra!- al servicio del progreso.

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