Una de las mayores alegrías que nos da la vida, cuando esta se encuentra en sus últimas etapas, es la de recordar. Volver a pedir a la memoria los recuerdos que formaron parte de nuestra existencia, del habita en que desarrollamos nuestras tareas, recreos o pensamientos.

Agosto, en pleno verano nos hacer soñar con una Huelva distinta, ni mejor ni peor sino en el circulo de su época. Hace una semana la iniciativa del Puerto de Huelva, siempre en la avanzadilla de los grandes logros, hizo realidad el sueño de muchos onubenses traducidos en el tesón de Diego Lopa y Francisco José Martínez: volver a construir la recordada Fuente de las Naciones, en la carretera de la Punta del Sebo. Nunca logré saber la razón de que derribaran la antigua, aunque el gusto por usar con rapidez la piqueta demoledora, es cosa muy del agrado en nuestra ciudad.

Y pensando en ese hoy bellísimo Paseo Marítimo, que Pilar Miranda desde su responsabilidad onubense nos regaló, mi mente se fue al pasado y fui desgranando mis recorridos a pie o en bicicleta, desde el Muelle del Tinto, como le llamábamos sincopando su nombre entero, hasta la confluencia de los ríos Tinto y Odiel. Pasar por debajo de esa gran estructura férrea del Muelle de la RTC, hoy tristemente amputado en su más importante tramo para la contemplación, era un encanto contemplando el ir y venir de las vagonetas descargando el mineral con el sordo gemir del ruido que hacían al caer en las bodegas de los barcos mercantes, mientras el humo de las chimeneas firmaba en el cielo su contrato de tráfico industrial con el extranjero.

A un lado de la carretera una enorme "piscina" guardaba el aguas que se necesitaba para las tareas marineras y un poco mas adelante lo que los chiquillos llamábamos la " fabrica de la luz" y el club de golf, también cercano a una encantadora edificación denominada "la fabrica del gas" que no era otra cosa que un servicio de mantenimiento para la boyas de la ría y que durante algunos año fue nuestro primer museo arqueológico, gracias a la constancia y el cariño que Carlos Cerdán, ponía en conservar allí cuantas piezas aparecían de valor histórico.

Enfrente, junto a la orilla una rampa de adoquines aliviaba la cuesta, donde los carros bajaban hasta el agua para cargar la abundante pesca que allí llegaba. Era la entrada de las plateadas sardinas y caballas, que luego eran pregonadas para su venta por las calles de Huelva.

Todo muy distinto de lo que ahora vemos. Pero tenía su belleza, como aquel Club Náutico, heredero del antiguo Balneario del Odiel que ardió una mañana de los años cuarenta, que construyeron un grupo de militares, procedente del cercano muelle pesquero donde se ubicó un cuartel, frente al edificio del Puerto onubense. El Club Náutico hizo las delicias de nuestra juventud, cuando todavía Punta Umbría no había conocido el boom del turismo local de la capital. El bar y su salón, la terraza, el largo muelle que se introducía en la ría y la balsa flotante con su pequeño trampolín, que hacía las delicias de todos. Continuará...

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