Siempre sostuvimos que el Gobierno no está para adoctrinar. Tuvimos una larga experiencia bastante ingrata y detestable, tan justa y ardorosamente criticada y denostada en su día y no debemos volver a ello. Según hemos podido leer el proyecto se compromete a "hacer pedagogía en términos de verdad" para que los dramáticos hechos no se repitan. Es decir que el Gobierno se arroga la posesión, el dominio de la verdad y decide el control y la interpretación de la Historia, lo mismo que lo intenta con la Justicia y otros aspectos de la gobernanza. Asistimos a un desprecio de la inmensa labor de los estudiosos de la Historia, de los investigadores, de los historiadores que han dejado y siguen dejando un largo legado como analistas de los hechos. Ese revisionismo, porque lo es en el fondo y la intención, no puede hacerse desde una perspectiva sesgada, interesada, distorsionada, parcial y sectaria. Precisamente este inmediato pasado posee una extensa bibliografía de autores españoles y extranjeros, de unas y otras tendencias y opciones políticas y, por supuesto, algunos de probada objetividad.

No hace muchos días el ex vicepresidente del gobierno, Alfonso Guerra, aseguraba "Se han publicado 27.000 libros, se ha escrito más de la Guerra Civil que de la Segunda Guerra Mundial". Entre ellos recuerdo "España: Tres milenios de historia" (2000), de Antonio Domínguez Ortiz, una espléndida recopilación de los hechos acaecidos en nuestro país a lo largo de ese tiempo - cuya lectura recomiendo, "resumen muy ameno y convincente", según Aquilino Duque -, con sus luces y sus sombras y también sus momentos estelares, como escribiría Stefan Zweig, que incluye dos extensos capítulos sobre "La Segunda República y la Guerra Civil" y "El franquismo". Considerado el más fundamental de los historiadores españoles, "el menos ideológico", al decir del prestigioso John Elliott, el "Antonio Machado de la Historia", como lo valora su colega Carlos Martínez Shaw, Domínguez Ortiz expresaba en su introducción: "Escribo estas páginas con cierto aire de testamento literario para responder a una demanda imperiosa para colaborar en una tarea de renovada actualidad, la de llenar el vacío que deja la ausencia de una auténtica enseñanza histórica en los actuales planes de enseñanza obligatoria".

Los planes desgraciadamente persisten ya que en ellos aparece, como afirmaba el historiador: "una historia contemporánea que se supone es lo mismo que debe aprender nuestra juventud y que no siempre está concebida como auténtica historia sino como un conjunto de datos y antecedentes para entender un informe de tipo sociológico sobre la situación actual de España". La historia debe contarse como fue no como algunos quisieran que hubiera sido. La memoria, toda memoria, ha de encararse sin ánimo acusatorio, cainita y maniqueo, sino con espíritu conciliador y de concordia. La Historia no es de unos y/o de otros. Es de todos.

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