Hablar mal

Sigamos todos hablando mal de España, madre querida, será viva señal de que la amamos

En España no se puede ser un intelectual sin hablar mal de España". Esto lo acaba de decir el gran hispanista norteamericano Stanley Payne. Con él estuve en un curso de verano en la Universidad de La Rábida hace ya no sé cuántos años. Lo admiraba antes de encontrarlo en esa bendita tierra colombina, y aún lo admiro. Pero el profesor Payne no ha sido original en esta ocasión. Tampoco tenemos que serlo permanentemente. La primera vez que leí la frase "si habla mal de España, es español" tampoco fue a su autor. Me gustó mucho y creo que alguna vez la he dejado en esta columna. La frase tiene ya bastante más de un siglo. Se hizo célebre en el siglo XIX. Ya saben, pérdida del imperio, Cuba, Filipinas, generación del 98 y toda la procesión del momento con bandera, banda y música. Todo viene de unos versos de un poemilla del poeta Joaquín María Bartrina de Aixemús, catalán y español por los cuatro costados y que escribía en ambas lenguas con idéntica soltura y perfección. Dice así la coplilla "Oyendo hablar a un hombre, fácil es acertar dónde vio la luz del sol; si os alaba Inglaterra, será inglés, si os habla mal de Prusia, es un francés, y si habla mal de España, es español".

Decía que el profesor Payne no ha sido original ni tampoco creo que se haya enterado de la carga de profundidad de las palabras de Bartrina. El magistral Payne carga con toneladas de conocimiento sobre España pero no es español. Y sólo un español puede entender que se hable mal de una persona y al mismo tiempo se le quiera y admire. Yo puedo hablar mal de mi padre o de mi hermano, pero sigo queriéndolos apasionadamente. Puedo no aprobar algunas de sus acciones, de sus filias y de sus fobias, pero son mi hermano y mi padre. Esta característica del ser español creo que se redobla en nuestra Andalucía. Entre nosotros es moneda corriente invertir la palabra y su significado. Llamamos hija a una señora de noventa años y madre a una niña de tres. Esto no lo puede entender nadie que no sea andaluz. Tengo una hija que cuando la llamo por teléfono me responde ¿qué quieres, hijo? Yo la entiendo y ella a mí, sin más explicaciones. Lo único que me ocupa y preocupa de esta expresión es que es señal de senectud para mí. Naturalmente que las únicas que utilizan la expresión madre para una niña o hijo para un padre son las mujeres andaluzas. Los hombres somos más romos, más simples, no nos ha sido dada tanta delicadeza y hondura en el lenguaje. Pues nada, sigamos todos hablando mal de España, madre querida, será viva señal de que la amamos.

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