Vaya por delante mi felicitación sincera y personal a los patrocinadores del recientemente celebrado Ciclo Taurino -con mayúsculas, sí- pero de manera muy especial a su coordinador y almamater del mismo desde hace años, Manuel J. Montes, pues si habitualmente el nivel de calidad es muy alto, en mi opinión, este año ha alcanzado un techo difícilmente superable sobre todo en la combinación de los temas. Tres coloquios muy bien rematados, producto del análisis y conocimiento de la situación taurina que vivimos, en ningún caso la conjunción de un sorteo como parece la actualidad en la más grande de las ferias del año.

Dicho esto, y reiterada mi felicitación, debo reconocer la combinación ideal de todo ciclo monográfico, en el tema global de sentimientos, anécdotas, personalidad, recuerdos y un colofón humanístico que impregnó de madurez afectiva todo un ciclo fundamentado en el afecto y el amor a la Fiesta, personalizado en los protagonistas de la misma.

Con la ayuda de tres importantes moderadores hemos asistido a la puesta en presente de elementos y circunstancias que no por conocidas resultan menos gratificantes y necesarias poner en valor y más, en un mundo tan variopinto y con tantos matices como el taurino. Nos han llevado en tres días, desde el respeto al toro en su crianza y cuidados al referente heroico de los jóvenes maestros lesionados de gravedad que no guardan el más mínimo rencor al animal que los hirió; antes, al contrario, luchan motivadamente para ponerse de nuevo ante él, para crear arte y convencerse de tener una profesión admirable en la que priman la superación personal y del miedo por encima de cualquier otra consideración estrictamente material, sin olvidar, lógicamente, la presencia de primeras figuras, ya retiradas, que nos enriquecieron y divirtieron con sus conocimientos y anécdotas. La de la competencia por liderar el escalafón entre Espartaco y Víctor Mendes, sencillamente genial. Como esa especie de senequismo aljarafeño, no tanto en su excelso arte, como en su manera de comentarlo de Cepeda o el gracejo sincero, no exento de maestría, en los recuerdos de Esplá, aunque se arrepentía de no haber conocido antes a la familia Cuadri.

¡Ay!, Cuadri. ¡Cómo estuvo Fernando! Un señor, un sabio -a pesar de las limitaciones que imponen el toro y su genética- porque tiene la humildad de la sabiduría que genera admiración total, además de la sencillez y el agradecimiento en los recuerdos a su padre y toda la familia que hizo entregarse al propio Adolfo Martín. Por fin, mi rendición ante quienes pudieron perderlo todo y no se rinden. Ver tanta madurez con esa edad juvenil y tanta confianza en el futuro, junto con sus cuidadores, los colocan ya en el pedestal que solo corresponde, como dijo el moderador, a los ¡héroes!

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